Octubre | 2020
Por Katya Jimena Orozco Barba
Fue cuando entró por la puerta una señora de mediana altura, con ojos llorosos y la voz entrecortada, sostenía sus lentes oftálmicos en la mano derecha y su bolso en la mano izquierda. Hizo de la silla su lugar, colocó sus lentes y su bolso en la silla de a lado y habló. Llamó mi atención el lugar donde sostenía sus lentes, en la mano, para después colocarlos en la silla.
La señora hablaba sobre un dolor anidado en su pecho en relación con lo que pasaba en casa, particularmente, con su hijo de 13 años. La madre habló sobre lo difícil que era para ella sacar el dolor de su pecho y llevarlo a las palabras.
– Mi hijo cometió un error, no sé si yo he sido muy dura con él –mencionó.
Minutos después de escucharla, a ella le brotaron lágrimas de los ojos, como quien saca algo escondido y olvidado. Parecía que la fuente de su llanto no hablaba sobre el mero “error de su hijo”, sino quizá de algo más.
La madre mencionó que su hijo había estado en un conflicto en el que se le acusaba de haber agredido sexualmente a otro chico. El hijo habló sobre su propia experiencia y explicó los hechos a cómo él los experimentó.
–Dejé a mi hijo en el C4 para que aprenda, ¡no quiero enterarme de que mi hijo haya hecho algo peor! –exclamó.
–Señora, ¿y usted estará dispuesta a enterarse de lo peor que le han hecho a su hijo?… –pregunté.
La madre mencionó que, tras lo sucedido, su hijo habló por primera vez sobre lo que sufrió por años en la escuela: varios de sus compañeros lo habían agredido sexualmente en repetidas ocasiones; desde mostrarle contenido pornográfico en contra de su voluntad, hasta tocamientos agresivos en sus genitales hasta consumar el acto de violación.
Entre llanto, habló sobre nunca haber imaginado pasar por esa situación y que es algo que no quería escuchar ni comentar con nadie, ni con su hijo, porque era algo incómodo para ella y tenía miedo de “enterarse de algo más” que no pudiera soportar. Llevó sus manos en forma de puño a la altura de sus ojos y siguió hablando.
Al terminar de hablar y de escuchar, la señora tomó su bolso y se retiró del lugar, Me percaté que la señora: había dejado sus lentes en la silla.
No fue sorpresivo su olvido, quizá la señora permanecía sin vista desde hacía tiempo atrás; con la mirada abierta y los ojos cerrados frente a lo que pasaba no solo con su hijo, sino en su familia, en su historia.
Nunca disminuirá la violencia sexual si no queremos reconocer su existencia. Debemos señalar la peligrosa invisibilidad de la sociedad sobre los casos de abuso sexual. El silencio y la ignorancia “inocente”, bajo la cual no se quiere ni saber, ni hablar y ni reconocer la frecuencia del abuso.
El abuso sexual sucede a temprana edad, aproximadamente a los cinco años de edad de los infantes y aumenta de forma significativa entre los cinco y los nueve años. La mayoría de los jóvenes coinciden en que lo más traumático en su abuso sexual ha sido el silencio de su madre.
Esta invisibilidad y el silencio es un terreno fértil para que el abuso suceda, ¿será que algunos padres erróneamente piensan que “no hablar de eso” sea otra forma de decir que “eso no se toca”? Si todavía consideramos que hablar sobre la sexualidad humana es un tabú y que los niños no tienen su propia sexualidad, no lograremos la disminución de los abusos sexuales infantiles y tampoco preparamos a nuestros niños para defenderse frente a las agresiones.
En la necesidad de señalar la situación nacional, habrá que preguntarse ¿qué pasa en las familias y en las escuelas de Aguascalientes, el problema en México y en general en América Latina?
Han aumentado los registros de abusos sexuales reportados por niños desde la edad de cinco años hasta reportes de jóvenes adultos en los últimos meses. En el promedio de una semana, han llegado a las instalaciones de salud mental personas de entre cinco y dieciséis años para recibir atención por ser “agresores o víctimas” sexuales.
Más allá de un nombramiento en términos de “víctima” o “agresor”, romper con el silencio y señalar que la mayoría de las veces el abuso sexual se anida en el núcleo familiar y escolar y que dichas agresiones no son fortuitas: para ser violentos, se tuvo que vivir como experiencia propia la violencia y agresión contra sí mismos. La violencia es la forma más inferior o primitiva del “poder”, porque solo se puede usar para castigar, para destruir y para hacer daño. El sentimiento de estar desamparado o ser maltratado e ignorado –la mayoría de las veces– convierte a los niños o adolescentes en seres resentidos, agresivos y violentos.
El abuso sexual puede tener lugar en cualquier contexto, el lugar más frecuente es la familia misma; puede ocurrir también en la escuela, en el kínder, en el consultorio médico o en el vecindario donde juegan los niños. El abuso sexual no es exclusivo de ciertas clases sociales.
Es constante encontrar en el historial familiar a la abuela, la madre o el hijo, quienes han manifestado haber sufrido experiencias de agresión sexual y en su intento de cubrir lo sucedido, se bordea la agresión con el silencio, generación a generación.
Habrá entonces que abrir no solo los ojos, sino también la boca y hablar. Romper el silencio y dar lugar para relatar los antecedentes de abuso; suscitar, en las conciencias de los padres y maestros, los ánimos y deberes de nombrar, señalar y resignificar las manifestaciones de agresión y generar un espacio para escuchar, contener y transformar la violencia ejercida en la familia y en la escuela.
Por lo mismo, es necesario que cada niño, adolescente o adulto que ha sufrido el abuso sexual en la infancia, reciba el tratamiento profesional adecuado y el apoyo de sus familias. En suma, es fundamental la difusión de aquellas situaciones que corresponden con abusos sexuales y, así, sensibilizar a la sociedad para que los niños puedan reconocer las señales o signos del abuso sexual, pero también contar con los centros de atención que incluyan la atención jurídica.
Visibilizar y romper con el silencio en torno a las agresiones sexuales será el más efectivo resultado contra la recidiva. Ojalá que, con lo anterior, el lector construya una postura y profundice en su conciencia sobre la importancia de prevenir a los niños de las agresiones sexuales. Hacerse presente y conectar con los familiares y compañeros de la escuela y generar vínculos de confianza los unos con los otros, para que, más allá de tocar temas de sexualidad, se aprendan a acariciarlos.
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