N25 | Febrero | 2022
“Deberías dedicarte a lo que te apasiona” es una frase que la gente dice una y otra vez, pero cuando se trata de dedicarnos a lo que nos apasiona, casi nunca hablamos de la parte difícil. Es duro reconocerlo, pero no basta con la pasión, sino que debes reconocer qué tanto sacrificio estás dispuesta o dispuesto a hacer por tu pasión, porque eso que tanto te apasiona va a exigir mucho de ti: que desarrolles nuevas habilidades, que estudies, te mantengas actualizado, que sigas preparándote para ser cada día mejor y un largo etcétera. Es importante también que te formules una pregunta vital: ¿qué tan buena o bueno eres en lo que haces? Una vez que lo sepas, debes asumir la gran responsabilidad que ello significa, porque no será suficiente con que seas buena o bueno, sino que todos los días tendrás que seguir aprendiendo y trabajando para ser mejor que el día de ayer, ante todo y pese a todo.
Yo puedo bailar ocho o diez horas al día y en ocasiones incluso se me ha olvidado comer, porque mi pasión por la danza es tanta que en ocasiones me olvido de mis necesidades esenciales, como lo es comer. Por supuesto, siempre trato de cuidar mi alimentación, mis horas de sueño, mi salud; a lo que me refiero es que si algo en verdad te apasiona, hay momentos en que te olvidas del mundo. Para mí, ese fue un gran indicio, pues definitivamente hizo que me diera cuenta de que quería dedicarme de tiempo completo al flamenco, a la danza.
Al tomar una decisión trascendental en tu vida, te toca asumir la responsabilidad que ello implica, porque de ahí en adelante todo dependerá de ti misma, de ti mismo. En mi caso, por ejemplo, jamás necesité que alguien estuviera detrás de mí para recordarme que tenía que ensayar todos los días, leer, prepararme, actualizarme, porque es lo que tengo que dar de mí para seguir creciendo, para ser una mejor bailaora.
Conversamos con Alborada Olivares Pérez, Arquitecta y bailaora de flamenco, quien lidera el Centro Integral de Flamenco (CIF), un espacio al que las personas pueden acudir para encontrarse consigo mismas a través de la danza, de la expresión corporal. Alborada nos compartió su pasión por el flamenco, la gran responsabilidad que implica dedicarse a lo que nos apasiona, las dificultades a enfrentar y la gran satisfacción que significa emprender en una actividad artística que se vincula de manera profundamente íntima con el espíritu y temple humano: la danza.
El encuentro consigo misma
Desde que era niña supe que quería dedicarme a la danza, pero conforme fui creciendo también quise estudiar Arquitectura. De hecho, ejercí mi profesión en un despacho; sin embargo, era una actividad que se sentía mucho como un trabajo: podía llegar casi sin problemas a las seis horas de labores, pero me resultaba muy complicado llegar a las ocho horas, mientras que algunas de mis compañeras y compañeros seguían tan frescos como si fuera la primera hora de la mañana. En cambio, puedo bailar flamenco durante ocho, diez, doce horas ininterrumpidas y el tiempo se pasa volando. Fue cuando reconocí que mi pasión estaba en la danza, no en la arquitectura.
Elegí el flamenco, porque es la única danza cuya expresión se basa en una máxima: ser tú misma, ser tú mismo. En disciplinas como el jazz, la danza clásica o contemporánea, por mencionar algunas, siempre representas algo o a alguien más: un día, interpretas a una flor; otro, a un hada y, al siguiente, a una princesa, pero en el flamenco, la interpretación dancística emana de esa máxima: hoy vas a ser tú. Es un enorme desafío, tanto en clase como en el escenario, porque significa mirarte, enfrentarte a ti y decirte: no voy a interpretar nunca a nadie que no sea yo. Es un encuentro con tus cualidades, tus defectos, tus miedos; ser consciente de ti, de tus movimientos, tu cuerpo, tu personalidad, de la confrontación con el espejo que no te devuelve ni más ni menos, solo tu propia imagen.
Un extracto de fuego y de veneno
Todas las danzas son esclavas de la belleza, de la expresión estética de la perfección y el equilibrio, pero el flamenco busca todo lo contrario: es una bomba, una explosión de sentimientos, de fuerza. “Un extracto de fuego y de veneno”, decía el bailaor Antonio Gades, “eso es el flamenco”. Y no se equivocaba.
Me encanta que al bailar sea el propio flamenco el que me diga: “No tienes que ser perfecta”. Y es que ninguna danza como el flamenco te lleva a encontrarte de manera tan íntima contigo misma, contigo mismo: cada movimiento te precipita a ese mundo de fuego y veneno del que hablaba Gades, hasta topar con la parte fea, oscura, densa; con las pasiones y sentimientos que se esconden en lo más profundo de nosotros, para aferrarnos a esas emociones y con la tinta del flamenco crear una pintura dancística sobre la página del tablao.
El ensayo es trascendental
Yo me considero una bailaora de ensayo. Por supuesto, al escenario le guardas respeto, pero siempre vas a sentir que algo falta, porque como bailaoras nos exigimos mucho. Por el contrario, en el ensayo, al contemplarte en el espejo y corregir tu postura, tus movimientos, mientras reconoces tus puntos fuertes y débiles, descubres también una magia que no está en el escenario, porque en el escenario todo está perfecto para la presentación, pues presenciamos el resultado de cientos de horas de trabajo; sin embargo, en el ensayo no es así.
En el ensayo es donde ocurre la danza real, porque al ensayo llegas con la agitación del día, a veces llena de alegría y en ocasiones llena de tristeza; otras veces, con toda la energía y, unas más, con todo el cansancio a cuestas, con la consigna de dejar siempre el alma en el tablao, porque el flamenco —y la danza, como disciplina— exige que practiques una y otra vez, a pesar de lo que haya sucedido a lo largo del día. Es esa parte fea, oscura y densa, de la que hablaba hace un momento, que tienes que enfrentar para luego crear una pintura dancística. Y es que la danza me ha enseñado que los momentos de ensayo son la memoria que llevo conmigo; lo poco o mucho que llegue a trascender en el flamenco, quiero que sea recordado por el trabajo logrado en las horas de ensayo.
La satisfacción de emprender
Emprender, sea en las artes, en los negocios, en la ciencia o en cualquier otra área, es una gran responsabilidad. Como dije antes, implica reconocer y aceptar lo que estás dispuesta o dispuesto a sacrificar: desde el bienestar, la seguridad y la tranquilidad que te da un trabajo estable hasta el tiempo de calidad con tu familia, amigos y seres queridos.
Por supuesto, la satisfacción es infinita. Yo, por ejemplo, no tengo palabras para describir la emoción que me provoca que mis alumnas suban sus ensayos a redes sociales, o bien, al verlas plantadas con gallardía y elegancia en el escenario durante alguna presentación y, claro, al recomendar el trabajo que hacemos en el Centro Integral de Flamenco, que finalmente es un espacio abierto para todo el mundo, para quien se quiera conocer y reconocer, pues es algo de lo más valioso que nos regala la danza: autoconocimiento.