Por Katya J. Orozco Barba
“No se toca el corazón solamente con la mano..”
En ocasiones, las despedidas parciales o totales conmueven hasta las lágrimas; quizá, por esa razón, a muchos de nosotros nos resulta difícil pronunciar o encontrar las palabras ante una pérdida, un cambio, una partida total o parcial de un ser querido, la mayoría de las veces de una forma dolorosa. La pérdida deja un vacío doloroso de asimilar, pero que se forma ahí, sin verlo o tocarlo, se manifiesta de diversas formas en el cuerpo, en los pensamientos, un vacío ilocalizable, en muchas ocasiones.
Hoy por hoy, le ha caído a los hombros del corazón una realidad inesperada que nos ha venido despojando de espacios social y culturalmente asignados para las despedidas como los servicios funerarios, ritos religiosos, reuniones entre seres queridos y otras formas de celebrar la vida y de acompañar en la muerte.
Los rituales han estado ahí de una forma casi imperceptible, pero que es tan necesaria y fundamental. Estos ritos ofrecen un espacio donde expresar y sostener emociones, palabras o acciones especialmente dolorosas.
A lo largo de la vida se experimentan pérdidas de diferente naturaleza, algunas parciales o totales, otras íntimas o sociales, vínculos amorosos e incluso se va perdiendo, de manera paulatina, cierto estado orgánico y físico. En el caso de una pérdida luctuosa, los funerales ofrecen ese espacio donde poder arropar el sufrimiento, mientras se asimila, se acompaña, se honra y se le despide al ser amado. Especialmente a causa de las medidas preventivas sanitarias por COVID-19, se han propiciado experiencias abruptas al intentar acompañar y abordar una pérdida luctuosa, se han cerrado estos espacios designados, esas formas culturales y sociales, a pesar de no ser las únicas formas.
Hay pérdidas tan dolorosas que cuesta mirar el vacío que dejan consigo, pues van más allá del dominio de la razón y de los afectos. Si usted, lector, ha experimentado alguna vez una pérdida tan significativa que a la fecha le cuesta mirar, le comparto estas palabras que, si bien no buscan llenar el vacío de la pérdida, le invitan a permitirse sentirlo, mirarlo e incluso quizá abrazarlo.
Cuando se pierde algo o alguien, en ocasiones se intenta retenerlo de muchas formas: físicamente, a través de recuerdos o se intenta arduamente continuar con el mismo vínculo que se había establecido; sin embargo, esto resulta difícil cuando la persona no está, no puede continuar el mismo vínculo que se había construido.
En este caso, el aprender a tocar con otro amor, en otra dimensión que va más allá de lo físico, permite una nueva forma de estar en contacto. Si ha perdido un ser querido desde hace ya tiempo, quizá necesite prepararse para soltarlo, dejarlo ir, aceptar no volverlo a tocar con la mano, al modo humano, sino con el toque de la mano de la fe.
Establecer un nuevo vínculo que va más allá del cuerpo y que es posible a través del amor, pero no se podrá entrar en un nuevo contacto con el ser querido si no se suelta primero, si no se renuncia a tocarlo físicamente; conocer el vacío que deja el ser querido cuando se marcha y permitirse conocer algo de sí que se fue con él.
Aprender a decir adiós te prepara para decir un nuevo y más profundo ‘hola’ a la vida, a lo que cada día trae consigo, a cada etapa de desarrollo, a cada persona, a cada situación.
En el proceso de pérdida o de duelo, cuando tiende a ser complicado, acompañarse de un terapeuta, psicólogo o analista abre un espacio de posibilidad de profundizar, quizá no de aliviar el irremediable dolor que trae consigo, pero quizá a amar al ser querido con otro amor, en otra dimensión.
Referencias
Rivas Bárcena, R. (2010). Duelo y rituales terapéuticos desde la óptica sistémica. Revista Electrónica de Psicología Iztacala, 11(4).
“Aprender a decir adiós te prepara para decir un nuevo y más profundo ‘hola’ a la vida, a lo que cada día trae consigo, a cada etapa de desarrollo, a cada persona, a cada situación.”
Katya J. Orozco Barba