Por Joaquín Cruz Lamas
Algunos quizá habrán oído el nombre de Fray Gabriel Chávez de la Mora, quien además de ser un monje benedictino es, junto con personajes como Luis Barragán, Abraham Zabludovsky y Pedro Ramírez Vázquez, uno de los principales representantes de la arquitectura del siglo XX en México. Su obra no se limita a la arquitectura sacra; sin embargo, lo que hizo en ese campo marcó un precedente para el resto del mundo.
Al igual que sucede con la arquitectura religiosa novohispana, me parece que podemos tomar ideas de la obra de Fray Gabriel Chávez de la Mora, que trascienden los límites de una confesión religiosa en específico. Pienso en concreto en las innovaciones que implementó en espacios como la capilla del monasterio de Nuestra Señora de la Resurrección, en Ahuacatitlán, Morelos, o en la capilla ecuménica de la Paz, en Acapulco. En ellas podemos notar una particularidad que en su momento fue revolucionaria: la planta del edificio tiene el altar casi en el centro.
Antiguamente, en los edificios religiosos inspirados en las basílicas romanas, la forma que se seguía era la de un rectángulo largo, en cuyo final se podía encontrar el altar. Ello tenía su razón de ser, puesto que dicha disposición servía muy bien para procesiones; no obstante, Chávez de la Mora fue un visionario, se adelantó a su tiempo e implementó una reforma en ese modelo, haciendo que el altar estuviese ligeramente desfasado del centro y los fieles se reunieran en torno a él. La planta dejó de ser rectangular y se convirtió en una figura que tuviese lados más equidistantes, como un cuadrado o un círculo.
En realidad, su idea no era completamente nueva, evocaba a las iglesias bizantinas de planta octagonal que, a su vez, en parte se inspiraban en los mausoleos romanos, los cuales eran circulares. El historiador Waldemar Januszczak llama a estos lugares como “espacios para pensar”.
La intención de Chávez de la Mora seguramente era esa: brindar espacios propios para la reflexión y la meditación. Yo veo además en su obra un adelanto de las intenciones que después quedarían plasmadas en el Concilio Vaticano Ecuménico II. En sus capillas vemos un espacio donde se acentúa el sentido de comunidad congregada para celebrar un banquete. La teología cristiana nos lo propone como el banquete divino en que se comparte el cuerpo de Cristo. El mensaje de fondo es la unión fraternal de los que participan. La obra de Chávez de la Mora fue de hecho la primera en América Latina en que el altar quedaba mirando hacia la congregación, resaltando con mayor fuerza la intención de hacer a los presentes partícipes en la celebración. Su capilla ecuménica de la Paz, en Acapulco, ya nos lo sugiere con el nombre: es un espacio de reunión, diseñado para atraer en un solo lugar a los miembros de distintas denominaciones en una atmósfera de paz fraterna.
México, lugar en que por desgracia podemos encontrar tantas divisiones, es la nación que le ha dado al mundo espacios como las capillas abiertas, donde se combinan lo sagrado y lo natural, y la obra de Chávez de la Mora, donde se nos recuerda que solamente podemos tener acceso a lo divino una vez que hemos hecho las paces con nuestros hermanos.