Por Joaquín Cruz Lamas
Hay una aportación mexicana a la historia de la arquitectura universal de la cual casi nadie sabe. Se trata de un rasgo que surgió original y exclusivamente en nuestro país. En Aguascalientes no es fácil encontrarlo, pero si viajamos al centro y sur del país ahí sí lo veremos con más frecuencia. Se trata de capillas abiertas y capillas posas. Estas, como el nombre ya lo sugiere, nacen en un contexto religioso; sin embargo, las ideas que transmiten trascienden los límites de una confesión específica y se pueden traducir, creo yo, en ideales universales.
La historia de su nacimiento está ligada a la historia de la evangelización de los indios en México. Los monjes que llegaron a nuestro país en el siglo XVI comenzaron a construir varios monasterios, muchos de ellos de estilo barroco y otros de un estilo renacentista tardío. Las principales órdenes que llegaron en ese momento al suelo mexicano fueron los franciscanos, los dominicos y los agustinos. Las tres órdenes tenían el mismo propósito: evangelizar a los indios. Algunos de esos monjes, como Bartolomé de las Casas, comenzaron además a abogar por los derechos de los indios y a denunciar los abusos de los encomenderos que llegaban de España en busca de riqueza.
Llegaron a darse ocasiones en que los indios buscaban la protección de los monjes, ya que eran quienes se enfrentaban al poder imperial. Hubo casos también en que los indios los evitaron, puesto que todo aquello que sonara a español, con justa razón, lo relacionaban con los excesos de los conquistadores. De cualquier modo, la arquitectura que rigió la construcción de estos monasterios comenzó a responder a las necesidades y al espíritu de las personas que usaban esos espacios. En muchas comunidades las iglesias construidas en los monasterios no alcanzaban a dar cabida a todas las personas, indios conversos en su mayoría, que acudían a los oficios.
La solución de los monjes fue construir capillas al aire libre, las cuales consistían en una especie de escenario (presbiterio) que, adosado a la pared del claustro, se abría hacia el atrio de la iglesia; este escenario, además, solía ser muy amplio. Esas eran las capillas abiertas, como la que encontramos en San Pedro y San Pablo Teposcolula en Oaxaca. Igualmente surgieron las capillas posas, que eran pequeñas capillas, también abiertas hacia el atrio, que ocupaban las esquinas de este, como las que hay en el ex-convento de Calpan, en Puebla. Estas se usaban para procesiones que se hacían en el atrio.
El hecho de que fueran al aire libre no solo respondía a la necesidad de albergar a más personas de las que cabían en la nave de la iglesia. También surge de la costumbre de los indios de llevar a cabo sus rituales religiosos fuera del templo y no dentro. En muchas ocasiones se hacía a propósito para poder estar en contacto con los elementos de la naturaleza y así mantener presente la relación entre lo divino y lo natural. A casi medio siglo de distancia de aquellas personas, nosotros también podemos seguir reflexionando sobre la relación entre la naturaleza y lo sagrado, así como sobre nuestro papel en ese todo del cual formamos parte y al cual hemos llamado naturaleza.