Por Alfonso Díaz de la Cruz
En las últimas dos semanas —y las últimas semanas del cuatrimestre anterior y el anterior a ese y al anterior a ese…—, varios estudiantes se han acercado conmigo para compartirme que están considerando seriamente dejar la carrera, porque, aunque les gusta, “sienten” que no aprenden. Ellas y ellos me han pedido mi opinión, gracias a esas confidencias mágicas que emergen al abrigo del aula de clases, que siempre es más agradable en forma presencial.
Siempre agradezco la confianza que me externan, aunque no entiendo por qué piden mi opinión, si mis estudiantes ya saben cómo soy. A todas y todos les he dicho que se queden.
Por un lado, hay quienes creen que “aprendizaje” significa memorizar y memorizar palabras, frases o estructuras. Esta dinámica genera mucho “conocimiento” enciclopédico (personajes, fechas, cifras, entre otros datos), pero al intentar aplicarlos se generan confusiones, puesto que esa parte no se memorizó. De igual manera, si se modifica el orden de algunas palabras, se complica la información, porque los contenidos no se enlistan en la forma en que se memorizaron. Es como el niño que, al aprenderse las tablas de multiplicar, puede decir que 2X8 es igual a 16, pero no sabe cuánto es 8X2, porque todavía no llega a la tabla del 8. Concebir, entender y abordar al aprendizaje en estos términos, nos lleva a esas singulares escenas en que nos quejamos antes del examen, bajo el argumento de que es mucho material y que, de paso, nos conduce ya no a pedir, sino a exigir que el docente en turno se apresure a entregar los exámenes, porque corremos el riesgo de que se nos olvide lo que estudiamos. Este aprendizaje puede sintetizarse como retención de información, retención de datos. En ocasiones es útil y necesario, pero la mayoría de las veces, no.
Por otro lado, existe el “aprendizaje”, concebido como entendimiento. Más allá de retener los datos y la información recibida, el punto de partida se remite a preguntarnos qué entendimos de la información recibida. De acuerdo con mi entendimiento, ¿qué fue lo que dijo tal o cual autor? Una vez que se esboza o se elabora la respuesta, entonces se puede compartir y el maestro, compañeros y espectadores tendrán oportunidad de retroalimentarme y darme luz a propósito de mi entendimiento. Incluso, abro la puerta a cuestionar, criticar y aportar a la información recibida.
Vayamos a otro ejemplo. Si memorizo que Descartes dijo “Dudo, luego pienso. Pienso, luego existo”, entonces, podré repetir esta frase una y otra y otra vez a lo largo de mi vida. Por el contrario, si la entiendo, entonces tendré elementos incluso para criticarla y concluir, por ejemplo, que hay un error de estructura lógica en la frase: si Descartes tiene razón, hay que dudar, pero si dudo de su frase, puede entonces ser falsa; si es falsa, no tendría que haber dudado de ella en primer lugar y, si es verdadera, la duda no habría tenido razón de ser. El razonamiento, claro, es meramente ilustrativo, pues el planteamiento de Descartes es mucho más complejo y abre la discusión a otras aristas de naturaleza filosófica, pero solo llegamos a esta dimensión clave —el diálogo y la discusión— por medio del ejercicio del entendimiento, no de la memorización.
Bajo esta concepción de la palabra entendimiento, una vez que digiero la información, una vez que la critico, puedo buscarle una aplicación: ¿para qué me sirve esta información?, ¿dónde la puedo aplicar?, ¿la he vivido en mi día a día?
Ambos caminos —memorizar y entender— están en condiciones de remitir al aprendizaje. La pregunta es cuál resultará, a la larga, más útil.
La modalidad en línea solamente ha cambiado las formas, no el aprendizaje de fondo. ¿Qué sabemos hasta ahora? Es un poco más difícil la acumulación de datos, no porque sea una mayor cantidad, sino porque están de una manera más manifiesta; aumentaron también los tiempos frente a un dispositivo electrónico y, para quienes no estaban acostumbrados (tanto alumnos, como docentes), ha significado una adaptación mayúscula; no obstante, esta dinámica es digerible y es posible adaptarse al cambio.
Y, por supuesto, también es posible renunciar, pero la renuncia no se hace porque la clase en línea no sea útil o posible, la renuncia no se hace porque “en las clases en línea no se aprende”. Con base en mi experiencia, la renuncia, principal pero no exclusivamente, se da por uno de los siguientes dos motivos:
- Porque me requiere un poco más de trabajo (me es difícil) y he aprendido que todo debe de ser fácil en esta vida y si no lo es, renuncio.
- Porque entiendo el aprendizaje solamente como una mera retención de datos.
Sí. Es difícil. Tus docentes, la mayoría de ellos, también han (hemos) considerado tirar la toalla, también han (hemos) tenido que adaptarse(nos), también han (hemos) renegado. También están (estamos) dando lo mejor de sí mismos para ayudarte a acercarte al entendimiento, no a la mera memorización. También han (hemos) tenido que tomar clases fuera de horario para aprender a utilizar herramientas que no conocíamos.
El reto está en decidir si queremos salir de la zona de confort y —valga la redundancia— atrevernos a aprender nuevas formas de aprender o, por el contrario, quedarnos en la comodidad de decir: “así yo no aprendo”.
Ahora bien, los aspectos emocionales son otra cosa y son igualmente válidos, importantes, fundamentales. ¿Qué hacer ante las emociones nuevas que estoy sintiendo? No hay de otra: aprende y atrévete a pedir ayuda a amigos, docentes, familiares o profesionales de la salud, tanto física, fisiológica como mental. Es totalmente válido y no pasa nada malo por solicitar ayuda.
No renuncies, no renuncies a tus sueños. O hazlo, pero no culpes a la modalidad. Al final del día, la decisión es tuya. No renuncies a tus sueños con un argumento tan simple como “así yo no aprendo”.