Por Alfonso Díaz de la Cruz
De manera general, aunque a veces hay excepciones, uno no se llena de odio de golpe. Lo hace de forma paulatina. Poco a poquito, se va acariciando la oscuridad y uno se va adentrando en ella, casi sin darse cuenta. Ya lo dijo el Maestro Yoda: “El miedo es el camino hacia el lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento.”
Los caminos que nos conducen a la oscuridad del odio son muy diversos: un desencuentro, una diferencia de opiniones, un argumento válido no tomado en cuenta, en fin… y poco a poco ese caudal de emociones se va transmutando en odio. Entonces, se manifiesta hacia el exterior (burlas, sarcasmos, chismes, ataques, juicios…) de manera proporcional a la forma en que nos consume por dentro. Es algo así como un principio de correspondencia que, palabras más, palabras menos, podríamos definir así: como es arriba es abajo.
Ahora bien, quisiera precisar algo muy importante: no es que la oscuridad sea mala, es una gran maestra y constructora. El peligro está en internarse en ella sin ser conscientes de ello o de ella, porque entonces ya no seremos dueños de nosotros mismos, aunque el ego diga que sí. De hecho, esta misma dinámica se aplica a los acercamientos a la luz.
Desde mi esfera particular y mi ámbito de acción, me resulta muy triste ver cómo algunos amigos cercanos y muy queridos se han sumergido en la oscuridad sin darse cuenta o justificándose desde el ego, pretendiendo que no hay caos en su interior. Lo cierto es que, incluso en estos casos, será una decisión de ellos el deseo de permanecer en estos términos y, en la medida de lo posible, habremos de respetarla. En este sentido, algunos pasajes de los libros sagrados nos han mostrado ya algo de luz para saber cómo actuar ante estos escenarios:
Si tu hermana o hermano falla, no le juzgues, repréndele con cariño.
Si tu hermana o hermano falla, trata tú de no fallar.
Si tu hermana o hermano falla, no tomes su comportamiento como excusa para renunciar a tu trabajo personal.
Si vives buscando la imperfección de tu hermana o hermano, quizás no has comprendido nada de lo que implica la hermandad.
Si tal es el caso, vuelve a lo básico.
Insisto, el caos per se no es malo, es una necesidad máxima, pero si no hay conciencia, de nada sirve. Al final del día, creo que vale la pena —y vale la vida— creer que es posible cambiar al mundo sin hacerlo desde el odio.