N21 | Octubre | 2021
Por Blackstone Editorial
Más herramientas para salvar una vida
En la actualidad, herramientas como la medicina molecular nos dan la oportunidad de diagnosticar enfermedades que, por ejemplo, antes ni siquiera sabíamos que existían; quizá conocíamos la forma en que se manifestaban, pero no sabíamos en qué consistían. Como especialista en alergia e inmunología clínica, al ver a un grupo de niños o de personas adultas con afecciones particulares y después de efectuar los correspondientes análisis y diagnósticos, puedo identificar que existe un problema en algún gen, entonces tenemos mejores elementos para diseñar tratamientos, anticipar escenarios y proteger a esas personas.
Gracias a lo anterior, al trabajar con grupos de personas que presentan inmunodeficiencias, puedo cambiar radicalmente los pronósticos y aumentar notablemente la esperanza de vida del paciente. En otro momento, muchas personas que padecían inmunodeficiencias, en especial los niños, corrían el riesgo de morir. Ahora el escenario ha cambiado mucho y ya cuento con mejores armas para proteger la vida de las personas.
Saber la vocación desde la infancia
Me especialicé en alergias e inmunología, porque para mí es muy importante proteger a las personas, curarlas y darles todo para que tengan una mejor calidad de vida; descubrí que en alergia e inmunología, aunque existen casos difíciles, los pacientes suelen acceder a pronósticos que los llevan a alcanzar la cura y vivir mejor. Para mí es invaluable, recibir a un niño con una alergia o algún problema de inmunología que limitan su vida cotidiana, pero que luego de diagnosticarlo y darle un tratamiento logra tener una vida normal. Es una sensación que no cambiaría por nada, porque el agradecimiento que te entregan está lleno de sinceridad y alegría: es como recibir un aliento de vida.
Desde niña, me parecía fascinante acudir a consulta, al centro de salud o a un hospital y que te recibiera un profesional, te revisara, supiera qué tenías y te ofreciera un tratamiento que te permitía estar bien. Esa fue la semilla que poco a poco germinó para que floreciera mi pasión por la medicina, por cuidar la vida de las personas. Siempre me distinguí por ser una niña con mucha curiosidad: me encantaba saber qué pasaba con el cuerpo humano; al jugar a las muñecas e imaginar que las revisaba, las valoraba, les daba un tratamiento e incluso las inyectaba. En no pocas ocasiones, llegué a estropear alguno que otro de mis juguetes, pero a mí no me importaba porque sentía que estaba encaminándome a dedicarme a mi pasión: la medicina.
Pensar y verse en el futuro
Mientras estudiaba medicina, mi hermano enfermó de cáncer. Afortunadamente, logró recuperarse, pues tuvo médicos muy empáticos que le dieron un tratamiento de primer nivel. Al ver lo anterior, reforcé mi objetivo y mi deseo de destacar como una profesional de la salud entregada a mis pacientes y consolidar mi formación.
En este momento, estoy estudiando una Maestría en Investigación en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y a futuro busco especializarme en temas de biomedicina, porque considero que esta disciplina me permitirá intervenir y ayudar de mejor manera a la sociedad, en especial frente a la pandemia que estamos viviendo. Como médicos, nuestra labor consiste en ejercer con el ejemplo, ser portavoz del cuidado de la salud individual, pero también comunitaria a través de nuestras familias y amigos. Siempre he creído que predicar con el ejemplo no es solo una opción, sino el único medio que existe para que yo pueda decir: “De acuerdo, estoy aquí, estoy presente, te escucho, te entiendo y puedo hacer algo por ti”. Para mí, es la forma de ser empática y echar mano de todo lo que tengamos a nuestro alcance, incluso con la voluntad de ir más allá de todo.