Por L.N. y H.C. Natalia Torres Pérez
Es frecuente escuchar que, si es “de dieta,” “sin calorías” o “endulzado con edulcorantes químicos no calóricos,” entonces las cantidades son libres y no engorda. Pues esto no es verdad; muchas veces, si algo dice “de dieta,” es porque contiene cierto porcentaje menor de calorías que la versión original, lo cual no dice mucho porque el producto sigue siendo hipercalórico, solo que, en lugar de tener 500 kcal por porción, tiene 400. Lo realmente importante son los ingredientes que componen el producto, no la publicidad, que siempre buscará que consumas más.
Por otra parte, resulta que los endulzantes no calóricos no te ayudan a perder grasa ni peso, como pensabas, pues tu cuerpo no se deja engañar fácilmente por el sabor dulce sin la compañía de calorías, a pesar de que su publicidad diga que se metabolizan y es como si no los hubieras consumido. Cuando comemos algo dulce, el cerebro libera dopamina y activa nuestro centro de recompensa y placer; la leptina, hormona que regula el apetito, también se libera para indicar que estamos satisfechos. El problema con los edulcorantes es que no se activa la secreción de leptina por falta de nutrientes y, por lo tanto, nos dan más hambre.
Diversas investigaciones han demostrado repetidamente que las bebidas bajas en calorías y endulzadas artificialmente, junto con otros alimentos de dieta, en realidad tienden a estimular el apetito, aumentar el antojo por carbohidratos, estimular el almacenamiento de grasa y el subsecuente aumento de peso. Un informe publicado en la revista Trends in Endocrinology & Metabolism arroja el hecho de que las personas que beben refrescos de dieta padecen de los mismos problemas de salud que los consumidores de refrescos regulares: aumento de peso excesivo, diabetes 2, enfermedades vasculares y derrames cerebrales.
“El problema con los edulcorantes es que no se activa la secreción de leptina por falta de nutrientes y, por lo tanto, nos dan más hambre.”
Natalia Torres Pérez