Los rayos, símbolo de la furia indomable de la naturaleza, suelen ser letales para los árboles. Pero en las selvas tropicales de Panamá, una especie ha desafiado esa lógica: el Choibá (Dipteryx oleifera), también conocido como almendro o haba tonka, no solo sobrevive a los impactos eléctricos, sino que parece beneficiarse de ellos.
Lo más asombroso es que este imponente coloso, que puede alcanzar los 40 metros de altura, no solo resiste los impactos eléctricos con mínimos daños a su estructura, sino que ha convertido esta amenaza en una estrategia ecológica, utilizando la energía de los rayos para eliminar competidores y organismos parásitos que amenazarían su supervivencia.
«Ver que hay árboles que han sido alcanzados por un rayo y están bien fue alucinante», explica Evan Gora, ecólogo forestal del Instituto Cary de Estudios de Ecosistemas y autor principal del estudio publicado en la revista New Phytologist. Lo que comenzó como una observación casual hace una década, según explican los investigadores, se ha convertido en un descubrimiento revolucionario sobre la adaptación de las especies.
Los investigadores estudiaron 93 árboles alcanzados por rayos en el Monumento Natural de Barro Colorado, en Panamá, utilizando un sofisticado sistema de detección. Los resultados fueron contundentes: Mientras que el 64 % de los árboles de otras especies murieron en los dos años posteriores al impacto, los nueve ejemplares de Dipteryx oleifera monitoreados sobrevivieron con daños mínimos.
Pero la verdadera sorpresa fue descubrir cómo estos árboles transforman el peligro en beneficio. Gora descubrió que cada impacto eléctrico en un Choibá provoca lo que él llama una «limpieza eléctrica«: Alrededor de 9 árboles competidores cercanos mueren y se reduce drásticamente (hasta en un 78 %) la presencia de lianas parásitas. El resultado es más luz, más nutrientes y, sobre todo, más posibilidades de reproducirse. De hecho, los árboles alcanzados por rayos multiplican por 14 su capacidad de producir descendencia.
De hecho, el equipo descubrió que los árboles que viven cerca de un Choibá tienen un 48 % más de probabilidades de morir que otros árboles del bosque, presumiblemente debido a los rayos.
Lejos de evitar los rayos, estos árboles parecen haber evolucionado para atraerlos. Su imponente altura, unos cuatro metros por encima de sus vecinos, y su copa ancha los hacen hasta un 68 % más propensos a recibir un impacto eléctrico. Pero gracias a su alta conductividad interna y a la humedad de su madera, el Choibá puede canalizar la corriente sin sufrir daños severos, como si fuera un cable perfectamente aislado.
Gora especula que la clave podría estar en su estructura física. Según reportó Live Science, estudios previos sugieren que el árbol tiene una alta conductividad interna, lo que permite que la corriente del rayo fluya sin acumular calor perjudicial, como un cable bien aislado. Parte de esta resistencia eléctrica también podría deberse a la humedad de su madera.
Este hallazgo pone de relieve el papel poco apreciado que tienen los rayos en la dinámica de los bosques tropicales. A medida que el cambio climático altere los patrones de tormentas, la influencia de estos fenómenos podría crecer, favoreciendo a especies como Dipteryx oleifera. Para los científicos, entender la interacción entre rayos y árboles no solo ayuda a descifrar la estructura y diversidad de las selvas, sino que también orienta estrategias de conservación y reforestación, pues especies «pararrayos» como el almendro tienen un impacto notable en la composición y el equilibrio de estos ecosistemas.
El equipo de investigación ahora planea expandir su estudio a otros bosques de África y el sudeste asiático para determinar si existen más especies con esta sorprendente adaptación.
De momento, lo que está claro es que este estudio puede transformar nuestra comprensión del rayo, pasando de verlo como una simple fuerza destructiva a reconocerlo como un factor ecológico que ha moldeado la evolución de al menos una especie arbórea durante miles de años.
Como señaló a Science Tommaso Jucker, ecólogo forestal de la Universidad de Bristol que no participó en la investigación, este es «un trabajo realmente creativo que cambia nuestra perspectiva sobre los rayos como agentes perturbadores».