Por Joaquín Cruz Lamas
Decía el oráculo de Delfos en su fachada la célebre sentencia: conócete a ti mismo. Sócrates, considerado el padre de la filosofía occidental, adoptó para sí este proverbio. No solo eso, sino que casi se podría decir que fundó toda su filosofía en ello. En efecto, Sócrates afirmaba que la más grande sabiduría a la que podemos aspirar es aquella que nos permite tener un conocimiento profundo de nuestra propia persona. Conocimiento que, por cierto, nunca deja de crecer. Siempre podemos ahondar un poco más en las entrañas de nuestro ser.
¿Qué es, sin embargo, conocerse a sí mismo? ¿Cuál es la vía para llegar a obtener conciencia de uno mismo? ¿Cómo podemos saber cuáles son nuestras debilidades y fortalezas, nuestras pasiones y facultades, nuestras virtudes y vicios? Responder a la pregunta de quién soy no es una empresa sencilla. Hace falta decir, además, que jamás tal proceso se ha podido realizar desde la absoluta soledad. No solo hacen falta los interlocutores que nos proporcionan una perspectiva nueva sobre nosotros mismos, sino que hay que reconocer que no se puede esbozar el retrato fiel de la personalidad de un individuo sin acudir, necesariamente, a sus relaciones personales.
Hace falta considerar, por tanto, quiénes son aquellos que nos han precedido. La pregunta sobre la propia identidad no puede dejar de lado la pregunta sobre nuestro origen. He de preguntarme también ¿de dónde vengo? Lo dice Paolo Sorrentino en su magnífico filme, La Grande Belleza, con preclara simplicidad: “las raíces son importantes.” No hace falta ahondar más. Nuestra historia nos ofrece un contenido esencial a nuestra identidad. Para llegar a responder la pregunta por la propia personalidad hace falta descubrir la historia de nuestros orígenes.
Tal historia, sin embargo, no podrá ser aprehendida con objetividad si no tenemos ante ella una aproximación con apertura mental. Hace falta poner por encima del juicio la comprensión: tratar de entender antes que buscar sentenciar. Tiempo habrá para pronunciarse al respecto, pero lo primero en definitiva es pensar la propia historia sin miedos ni vergüenza. Solo una reconciliación con nuestros orígenes nos permitirá tener la unidad que exige el conocimiento propio.
Siempre podemos ahondar un poco más en las entrañas de nuestro ser.