Por Joaquín Cruz Lamas
Lo digo del mismo modo en que diría que ojalá no existiera la quimioterapia porque ojalá no existiera el cáncer. Sin embargo, la quimioterapia existe porque el cáncer existe; la quimioterapia es necesaria. El feminismo también es necesario. La quimioterapia es agresiva y produce gran conmoción en el cuerpo. El feminismo puede ser agresivo y producir gran conmoción en el tejido social. Pero ambos son necesarios. ¿Es el fin de la quimioterapia el malestar que sufre el cuerpo? No. ¿Es el fin de la lucha feminista el malestar social? Tampoco.
La gran pregunta es: ¿hasta dónde? ¿Hasta dónde llevar el tratamiento sin que destruya al cuerpo? ¿Hasta dónde llevar la protesta social sin que resulte perjudicial? Lo primero, sólo un médico lo puede contestar; lo segundo, nos toca a todos averiguarlo, pero no es la prioridad. La prioridad es que la enfermedad termine, aunque no será fácil. Nunca lo es. Pero debe acabar porque, por mucho que nos duela ver nuestros monumentos y bienes materiales destruidos, hay que reconocer una verdad ineludible: ellas tienen razón. No sólo ellas; yo también estoy harto, asqueado incluso, de seguir viendo todos los días, sin excepción, noticias sobre desapariciones, secuestros, asesinatos, violaciones y demás depravaciones. Y estoy igualmente cansado de esa incómoda verdad que está detrás de cada post de Facebook pidiendo ayuda para localizar a una persona desaparecida: la autoridad está rebasada. No hace nada. Nada. No hay Estado de Derecho, sino total, completa y grosera impunidad. Es muy frustrante saber que son las redes sociales las que tienen que hacer gran parte del trabajo, las que tienen que atraer la atención sobre los miles de casos porque la autoridad no sólo está rebasada, sino que muchas veces también es negligente.
La causa es muy clara. Sería una miopía moral no ver el nivel de gravedad del asunto; lo que sucedió el viernes 6 no es un problema, es un síntoma. ¿Me duele ver el ángel “grafiteado”? Sí, pero los bienes materiales van y vienen, las estatuas se reparan, los monumentos se limpian. Por otro lado, la vida de una persona jamás se recupera; no en este mundo, al menos. Es por esto que la lucha es muy necesaria.
¿Hubiera hecho yo lo mismo que quienes protestaban el viernes? Mi primera respuesta es: no. Por un lado, porque soy muy escéptico de las marchas y, por otro, porque soy consciente de que la razón individual fácilmente puede diluirse en el tumulto y convertirse en barbarismo. Me puedo perder en un laberinto mental de “hubieras”, pensando en si hubiera sido mejor una marcha de silencio, o una protesta pacífica. Aún con todo, ellas lograron uno de sus objetivos: estamos hablando del problema públicamente, no sólo en lo privado. Y si usted está leyendo esto, y haciendo un ejercicio de reflexión – que espero que así lo sea –, es gracias a ellas.
La siguiente pregunta obligada es: ¿cuál es el problema? A ello se puede responder con una sola palabra: violencia. Violencia de género, violencia contra las libertades civiles y la seguridad. La violencia está en el corazón de todo lo que tanto nos aqueja y es lo que todos buscamos eliminar. Paradójicamente, estamos hablando de una lucha en contra de ella y, a su vez, en contra de la impunidad, la desigualdad, la inseguridad e incluso ciertos prejuicios. Todo ello, visto de manera positiva, se traduce a una contienda por la paz, por la justicia, por la igualdad, por la seguridad y por la comprensión. Paz y justicia; es lo que todo mexicano desea en su corazón. Tengo la certeza de que éstas son las prioridades de las protestas.
Pero la justicia y la paz son difíciles de conseguir. ¿Es eso excusa para resignarse y dejar de luchar? Jamás. Todo lo contrario: es la razón por la cual la lucha es tan necesaria. Es la razón por la cual hay que evitar a toda costa el conformismo, aunque la pelea que no debe amainar tampoco sea fácil; es así porque se deben evitar a toda costa dos cosas: la glorificación romantizada de la revolución y la violencia contra los inocentes. Ninguna lucha, por muy noble que sea, está justificada para violentar a los inocentes. ¡Jamás! Y eso tiene que quedar bien claro, porque es verdad que los bienes materiales se reparan, pero las vidas que se van no vuelven; agredir a un inocente para luchar contra la violencia es insostenible. No se puede eliminar a un monstruo si en su lugar se impone otro monstruo, y eso es justamente lo que les sucede a las revoluciones romantizadas y glorificadas: en el momento en que éstas se convierten en absolutos morales, se vuelven ciegas ante cualquier objeción que pueda oponérseles. Es entonces cuando se acepta cualquier medio, con tal de perseguir la causa. Sucedió en Francia en la Época del Terror, le sucedió a la Rusia comunista y le sucedió incluso a nuestro país con la dictadura que se estableció luego de nuestra revolución.
Esta lucha tiene que seguir porque es necesaria. No podemos seguir así. Ningún Estado es sostenible a costa de la sangre de sus ciudadanos. Lo más difícil será no dejarse llevar por el muy entendible deseo de satisfacción por la sangre derramada. Ésta es una lucha que, como he dicho, es una lucha por la paz. No debemos olvidar eso. Y, si usted es feminista y está leyendo esto, sepa que cuenta con mi apoyo, pero por favor nunca olvide que lo que todos queremos es la paz.