Por Blackstone Editorial
“Para mí, cada lienzo en blanco es una oportunidad, una aventura y es también la posibilidad de salir de tu zona de confort. El lienzo en blanco es un espacio para expresar todas las emociones, sentimientos y sensaciones que llevas dentro”, nos dice Isabel Díaz, mientras contemplamos los rinconcitos de su taller, ese lugar que resguarda la magia creadora que se esconde detrás de sus manos. Ella es una artista plástica originaria de Celaya, Guanajuato, pero que ha hecho de Aguascalientes su hogar. Isabel nos compartió su experiencia en el mundo de las artes plásticas y cómo fue que de este pasatiempo emergió su firma como una marca que, poco a poco, empieza a ser reconocida por el público local y allende la tierra de la gente buena.
Un oficio que surgió en la infancia
La pintura y las artes han estado presentes en mi familia toda la vida: mi abuela pinta, su papá pintaba y tengo la certeza de que alguien más arriba también lo hacía. Yo vivía en casa de mi abuela, donde ella tenía su taller, un espacio que siempre me fascinó; era estar metida en ese cuarto, tomar sus pinceles, las pinturas y luego ver los cuadros ya terminados. En Celaya, no llega el Niño Dios, como sucede en Aguascalientes, allá está la tradición de los Reyes Magos, a quienes siempre les pedí lápices de colores, cuadernos, pinturas. La pintura es un oficio que echó sus raíces en mi espíritu desde que yo era pequeña.
Un espíritu creador al servicio de los demás
Creo que yo soy una persona muy ansiosa y siempre tengo que estar haciendo algo: me gusta ejercitarme, salir a caminar, mantenerme ocupada, pero al estar frente al lienzo, pintando algo, yo solita encuentro la calma, un espacio para la tranquilidad, para disminuir la velocidad del día a día. Al pintar, alcanzo una sensación más profunda de estar en contacto conmigo misma. De este modo, tengo la paz para reflexionar sobre lo que me gusta pintar, pero también lo que a la gente le gustaría que pinte, en especial quienes tienen gustos no del todo afines a mí. Entonces, me vienen a la mente paletas de colores que no utilizaría en mis obras, pero que serían ideales para un hotel o para un hogar con ciertas características. Una vez que te encuentras contigo misma es más fácil encontrarte con los demás e identificar las texturas, formas y colores que acaso les resultan más agradables a la vista.
Recuperar todas las fuentes de inspiración
Cuando una persona me encarga un cuadro, siempre les pido que me brinden toda la inspiración que puedan. Me gusta conocerlos, saber a qué se dedican; su música y colores preferidos; cuántos hijos tienen; dónde colocarán el cuadro que pintaré, pues quiero crear una obra que armonice con los espacios que interactuarán con ella. Mi intención es que mis clientes al ver mi trabajo digan: “¡Claro! Esta pintura pertenece a este lugar y va conmigo, tiene algo de mí.” Hace poco, hice una pintura basada en Rayuela, de Julio Cortázar, entonces me tocó contagiarme de esta novela, lo que la envuelve y recuperar la inspiración que tuvo el autor al momento de escribirla. Toda la información que me ofrezcan me resulta de utilidad para crear la obra que me encargan.
Las dificultades de vender piezas de arte
La primera dificultad tiene que ver con que hay muchos artistas que tienen el deseo de vender su obra; sin embargo, a diferencia de otras disciplinas y profesiones, el arte no es una necesidad de primera mano como sí lo es, por ejemplo, la salud, la alimentación o el vestido. No digo que las personas puedan vivir sin arte. Más bien se trata de un segmento en el que la conexión con el cliente es diferente: se trata de enamorar visualmente a una persona. Una pieza de arte es algo que viste tu casa y si bien es algo que forma parte de ti, lo cierto es que, tal vez, no mucha gente está interesada en ello o no les llama tanto la atención. Por eso el arte es un producto un poco más difícil de vender o acomodar.
Reconocer las propias limitaciones para superarlas
Aún recuerdo el primer cuadro que vendí: se trataba de un Gato Félix con un fondo abstracto. Fue una obra para honrar al papá de mi abuela, a quien le decían “El Gato”, por eso firmaba sus cuadros con un Gato Félix. Con esa pintura yo traté de rendir homenaje a esa herencia que llevo en la sangre, que es parte de mí, porque no me la dio ni la escuela, ni las circunstancias: esa parte que proviene de mi familia y que me incita a pintar, a crear arte. Para mí fue muy significativo que esa fuera la primera obra de mi autoría que vendí, pues lo sentí como si el universo me dijera: “Sí, tal vez sí tienes lo que se necesita para vender tus creaciones.”
Yo comencé a vender mi obra en redes sociales y siempre estuvo presente el miedo de que a la gente no le gustaran mis cuadros, pero, al final del día, vencí este miedo, porque en todo momento existirán personas a quienes no les guste tu trabajo. El momento clave fue cuando reconocí que yo no era buena vendedora, pero no quería que este hecho frenara mi avance como artista plástica. Entonces, comencé a vincularme con diseñadores de interiores, corredores de arte y con los responsables de las galerías de arte, es decir, allegarme de los medios para promocionar mi trabajo a través de personas que se dedicaran a ello y que me ayudaran a llegar al cliente final.
Siempre mirar al futuro
Yo creo que en cualquier sector es importante mirar al futuro. A mí, por ejemplo, en el mediano plazo, quizá tres o cuatro años, me encantaría exponer mi obra en el extranjero: llevar el arte mexicano más allá de nuestro país, porque muchas personas están acostumbradas a pensar el arte mexicano como artesanía, que es una dimensión muy importante de nuestras manifestaciones culturales, pero aún tenemos mucho que mostrar al mundo. Por eso, a mí me gustaría mostrarle a la gente que el arte mexicano es algo más que artesanía, que tenemos un sentido estético que puede competir con cualquier pieza a nivel mundial.