Por Joaquín Cruz Lamas
Decía San Agustín que aquel que ora cantando, ora dos veces. Uno no tiene que ser religioso para poder apreciar el poder del arte y de la música. Platón también lo sabía y, en sus reflexiones, incluso llegó a temer que las artes pudieran encender con pasión exacerbada a los espectadores. San Bernardo de Claraval, monje cisterciense medieval, era igualmente consciente de ello, razón por la cual sospechaba que el arte románico podría distraer a los fieles de la contemplación de la palabra divina.
Sin embargo, yo creo que, más que distraernos, las artes —y en especial la música— nos hacen poner especial atención en aquellos aspectos de la vida que consideramos más importantes. Hablando de monjes medievales, me vienen a la mente otros dos de aquellos personajes de la antigüedad que creo que coincidirían conmigo: Santo Tomás de Aquino y Santa Hildegarda de Bingen. Ambos con mentes privilegiadas que escribieron extensamente sobre filosofía y teología, pero que al mismo tiempo no escatimaron esfuerzos en componer himnos en ese estilo que ahora conocemos como canto gregoriano. Para ellos, personas que consagraron su vida a la contemplación, la música constituía en definitiva un medio que les permitía enfocar toda su atención en el centro de su vida espiritual. La música les daba un acceso privilegiado a lo que estimaban como más importante y sagrado en el mundo entero.
Nosotros no tenemos que ser monjes o monjas para reconocer y experimentar ese mismo poder. Insisto, los antiguos griegos, sin ser cristianos, ya lo sabían. Aristóteles y Platón lo sabían. Lo mismo sucede en casi todas las grandes religiones (si no es que en todas). En las religiones abrahámicas podemos verlo claramente: en el judaísmo, la Torá se recita de forma cantada, y durante la cena del Shabat se recibe la noche santa con cantos en familia. En el islam, los almuédanos convocan a la oración a los fieles desde los minaretes de las mezquitas, mientras recitan de forma cantada el adhan (convocación a la oración).
En la cultura popular contemporánea, vemos que la música casi siempre acompaña al amor. Para nosotros, que hemos construido toda una cultura en torno a eso que llamamos romanticismo, la música es el medio por excelencia que usamos para comunicar nuestras ideas y emociones en torno al amor. Prueba de ello son figuras memorables de la cultura popular como, por supuesto, el maestro Armando Manzanero, que en paz descanse.