Por Alfonso Díaz de la Cruz
Le regalé un duraznero a mi padre. Aunque, siendo justos a la verdad, afirmarlo de esta manera sería muy presuntuoso de mi parte y demeritaría el esfuerzo realizado por mi padre. Lo cierto es que solo le di una escuálida rama que, según me dijeron, con el cuidado preciso, la paciencia que demanda una empresa así y, claro, mucha, mucha suerte, se convertiría en un frondoso duraznero de frutos jugosos y dulces.
Así que, rectificando un poco el comienzo, diré que le regalé a mi padre un proyecto de duraznero.
Él, lleno de amor paternal, lo recibió emocionado con una sonrisa de oreja a oreja y de la misma manera lo plantó en el jardín de su casa, donde, lleno de paciencia, lo cuidó y proveyó de amor, agua y tierra durante cuatro largos años, hasta que la escuálida rama se convirtió en un duraznero joven, de tronco firme y raíces fuertes que lo nutrían día con día.
Todos los días mi padre le hablaba, lo cuidaba, lo regaba y lo alentaba a crecer y a dar frutos. Durante el quinto año, el duraznero comenzó a dar los primeros remedos de frutos, que no alcanzaban la madurez, pero que daban fe del éxito de los cuidados que mi padre le había prodigado.
Al final del sexto año, por fin el árbol dio su primer durazno maduro. Fue una mañana de julio y mi padre se llenó de júbilo al verlo. Con sumo cuidado y respeto lo retiró de la rama de la que pendía y lo lavó con plena delicadeza, tras lo cual, lo colocó en el centro del frutero y lo reservó para mí.
Al día siguiente acudí a mi visita semanal a casa de mis padres y él, ni tardo ni perezoso, con una emoción desbordante, me tendió el durazno y me dijo orgulloso que era el primero de la temporada y que era para mí.
Siguiendo la tónica regular de mis cuentos aquí cabría esperar que dijera que del durazno salió un genio, una piedra preciosa o una ciudad entera, o que sabía a sandía o que nunca se acababa, pero no fue así, del durazno no emanó ni ocurrió nada fuera de lo normal. Tras recibirlo y partirlo en varios pedazos nos sentamos juntos a la mesa del jardín a comerlo despacito.
¡Vaya que era dulce y jugoso! Fue el primero de la temporada.