Por Joaquín Cruz Lamas
Hay una carta que se atribuye al filósofo medieval Santo Tomás de Aquino, en ella se enumeran 16 consejos que el teólogo le da a uno de sus estudiantes. A mi parecer, todos ellos son muy provechosos, pero hay uno en particular que llama especialmente mi atención y que creo que debe ser destacado: encomienda a la memoria todo lo bueno que oigas, venga de quien venga.
Podemos aprender mucho de esas líneas. Vivimos en una época en que es muy fácil dejarse llevar por animadversiones y preferencias, que tienden a hacernos caer en falacias del tipo ad hominem o ad auctoritatem. Una falacia es un argumento que parece verdadero, pero es falso. De las que he mencionado, la primera consiste en hacer creer que algo es falso por una característica (un defecto normalmente) de la persona que lo ha dicho; la segunda, en hacer creer que algo es verdadero por la posición de la persona que lo ha dicho.
Valgan los siguientes ejemplos para ilustrar estas falacias. Supongamos que un abogado nos dice que hacer ejercicio es bueno para nosotros y le contestamos que lo que dice es falso por no ser médico. En efecto, el abogado no es médico, pero la veracidad de lo que dice no depende de eso, sino de que, de hecho, suceda que el ejercicio es bueno para nosotros. Eso sería una falacia ad hominem. Supongamos, ahora, que un médico nos dice que fumar es bueno para nuestros pulmones y nosotros le damos la razón solo por ser médico. Eso sería una falacia ad auctoritatem, puesto que la veracidad de lo que dice no depende de su profesión, sino de que verdaderamente sea bueno o malo fumar. Ahora bien, también hay que decir otra cosa: la inmensa mayoría de las veces los expertos son quienes tienen la razón, sus estudios y experiencia los hacen mucho más confiables que alguien que carece de ellos. Es bueno hacerle caso a los que saben.
Santo Tomás de Aquino más bien se refería a otra cosa. Nos quiere decir que no hay que dejarnos llevar por nuestros prejuicios. Cualquier persona con uso de razón puede llegar a la verdad. No importa si nos caen bien o mal, no importan sus preferencias políticas o la religión que profesa, si lo que dice es verdadero y, bueno, entonces habrá que hacerle caso. Del mismo modo, si alguien a quien apreciamos mucho dice algo que es falso o malo, entonces habrá que sacarlo del error y no tomar por cierto lo que no lo es. Santo Tomás mismo, siendo un monje de la edad media, no tuvo ningún reparo en estudiar a autores de otras religiones y naciones, puesto que sabía que sus contribuciones filosóficas son valiosas por sí mismas. No lo olvidemos tampoco nosotros, de todo el mundo siempre se puede aprender algo.