Por Joaquín Cruz Lamas
Creo firmemente que hay un grado de sacralidad en la comida. Casi todas (si no es que todas) las culturas de la historia han puesto un especial énfasis en esto. Piensen por ejemplo en la cantidad de rituales y ceremonias religiosas ligadas al alimento: la Eucaristía cristiana o la cena del Sabbat judía son claros ejemplos de esto. Piensen también la cantidad abrumadora de eventos significativos en nuestras vidas que están marcados por la comida: bodas, bautizos, graduaciones, fiestas, etc. En general, cuando hay un banquete sabemos que algo importante ha sucedido.
¿Por qué? ¿Por qué será esto así? Para empezar la razón más obvia es quizá que la comida es deliciosa. Eso me parece lo más evidente; pero bueno, yo soy un sibarita que se deja llevar por el apetito. ¿Qué otra razón hay? La más importante es quizá que la comida es fuente de vida. La frase tan trillada no deja de ser cierta, verdaderamente somos lo que comemos. Esta es una realidad que quizá es fácil olvidar en el mundo contemporáneo: la comida, al nutrirnos, es fuente de vida. ¿Porque digo que es fácil olvidar esto? Por la facilidad con la que muchas personas hoy en día tenemos acceso al alimento. La industrialización del comercio alimenticio ha hecho que en muchos hogares no falte nunca la comida en el refrigerador; circunstancia que, si bien no deja de ser muy buena, nos ha llevado a dar por sentado el poder tener acceso a un plato de comida. Aún en pleno siglo XXI no todo el mundo goza de ese privilegio.
Otra razón por la que la comida se considera sagrada es porque su ingesta siempre es ocasión de unión y convivencia con otros seres humanos. De esta forma la comida tiende puentes entre las personas. Desde tiempos tribales mantenemos la costumbre de dar un especial valor al ritual de ingesta de aquello que nos mantiene vivos. Comer juntos significa compartir la fuente de vida que nos mantiene en la existencia, y de ese modo nos hacemos conscientes de una vulnerabilidad común. La persona con la que comemos necesita el alimento tanto como nosotros, y es en el momento de comer en que esta dependencia de los frutos de la tierra y la naturaleza se hace evidente. Quizá sea también por eso que la comida es sagrada, porque nos une con una realidad de la cual dependemos para nuestra existencia misma: la naturaleza.