Por Katya J. Orozco Barba
“No es que no haya voz, sino que quizá no haya oídos que escuchen.”
Usted me está oyendo, pero ¿está escuchando algo más, además del sonido de la voz? ¿Es consciente de sus reacciones cuando escucha? ¿También es consciente de dónde provienen estas reacciones?
Wright fue un niño que fue perdiendo el sentido del oído desde los siete años, a raíz de una enfermedad. A medida que la sordera avanzaba, Wright comenzaba a describir las “voces fantasmas” que oía cuando alguien le hablaba si veía el movimiento de los labios y de los rostros, y de cómo “oía” el rumor del viento siempre que veía los árboles o las ramas agitados por el viento. El neurólogo Oliver Sacks escribe una recopilación del testimonio de Wright y menciona:
“Mi sordera resultaba más difícil de percibir porque mis oídos habían empezado a traducir inconscientemente el movimiento a sonido. Esta ilusión persistía al principio. No comprendí que eran imaginarias, que eran las proyecciones del hábito y de la memoria, hasta que salí del hospital.” (Sacks, 1989, p.25)
Creo que no estaríamos tan alejados de la situación de la sordera de David Wright; muchas veces no escuchamos más allá de lo que hemos escuchado antes, sino a los fantasmas de las primeras escuchas. La sordera, entonces, no tendría que ver con una cuestión puramente biológica, sino también cultural, afectiva y emocional en la relación con nosotros mismos y con los demás.
Cada uno de nosotros somos responsables de cómo escuchamos y de nuestras interpretaciones; esas interpretaciones estarán empapadas de aquella información que se nos fue introyectada por la cultura y por las experiencias.
Entonces, ¿cómo puedo escuchar al otro?
Si vamos a una conversación con una posición ya tomada, no se escuchará. Cuando se da una opinión, habrá personas que estén de acuerdo y otras no. Nuestras relaciones no son sólo físicas, sino también conversacionales; nuestras conversaciones construyen nuestras relaciones.
Cuando escuchas desde la conciencia, sin intentar convencer – a veces creemos que sabemos qué necesitan los demás –, sino sencillamente escuchando, sin juicios, sin paradigmas, estás tomando el máximo poder de la escucha y esto es un respeto profundo hacia ti y hacia a los demás. Para eso hay que hacer un silencio; dejar un momento los juicios, historias, creencias y razones.
Si deseas desarrollar una escucha activa, es importante primero identificar cómo es tu diálogo interno, pero, ¿qué es el diálogo interno?
Se considera el cómo hablas contigo mismo: ¿qué palabras utilizas?, ¿en qué estado de ánimo hablas? y ¿en qué estado de ánimo escuchas?
Hay oídos que oyen los mismos sonidos, pero que escuchan diferentes cosas.
A veces quedamos atrapados en nuestras historias y las proyectamos en los demás; conocer tu propia historia, tus sensaciones, permitirá diferenciar la voz propia y la voz del otro, y es en esta diferencia donde hay riqueza: compartir, conocer y aprender de lo diverso.
No puedes pretender que los demás te escuchen, si no te escuchas a ti mismo.
Escuchar desde la consciencia es surcar un camino hacia el autoconocimiento y la autoobservación. Acompañarse de un psicólogo o analista en este proceso de autodescubrimiento y autoescucha puede ser un soporte en la transformación de tu diálogo interno, además de expandirse en tu red de negocios, sociales y familiares, pues el “cómo escuchamos” está intrínsecamente relacionado con “el diálogo interno.”
Y tú, ¿qué escuchas? ¿Cómo te hablas? ¿Cómo te escuchas?
Referencias
Sacks, O. (1989). Veo una voz. Madrid, Editorial Anaya.
“Nuestras relaciones no son sólo físicas, sino también conversacionales; nuestras conversaciones construyen nuestras relaciones.”
Katya J. Orozco Barba