Por Joaquín Cruz Lamas
Este es un tema muy controversial y complicado, entre otras cosas porque hablar de buen gusto parece implicar la existencia de una contraparte, es decir, el mal gusto. En nuestra cultura democrática parece demasiado pretensioso, e incluso algunas veces discriminatorio, sugerir que una persona tenga mal gusto. Por el momento, no diré nada al respecto del mal gusto, pero creo que sí hay una cosa que podemos denominar como buen gusto, y que este no es pretensioso ni atenta contra la dignidad y libertad de todo ser humano. La pregunta que surge entonces es: ¿y qué es eso del buen gusto?
Primero que nada, hay que decir lo que es gusto. Esta idea o concepto puede definirse de muchas maneras. El filósofo inglés Francis Hutcheson decía que está relacionado con una especie de sentido interno, y que por lo tanto es algo que actúa de forma casi instintiva, así como los sentidos externos: oído, vista, olfato, tacto y gusto —se refiere a los sabores y no al gusto del que aquí hablamos—. Diríamos que es nuestra habilidad para asignarle un valor estético a algo, es decir, clasificar los que nos rodean —objetos, entidades, emociones, hechos o acontecimientos, etc. — como bello, feo, horrible, aterrador, bonito, etc.
El buen gusto sería entonces una capacidad bien desarrollada para identificar propiedades y atributos en las cosas. Por ejemplo, el catador de vinos suele tener muy buen gusto respecto a los vinos, porque tiene la capacidad de identificar ciertas propiedades y características en ellos. Yo creo que lo mismo sucede con muchas otras cosas: la cocina, la moda, la decoración, el diseño, el arte, etc. En cualquier caso, el buen gusto sería la habilidad de juzgar esos objetos. A su vez, lo que se necesita para juzgar bien un objeto sería la capacidad de contemplar algo más allá de lo evidente: el que juzga el dibujo de un niño no lo hará de acuerdo a su similitud con la realidad, sino a lo que el niño nos comunica mediante su obra. No todo se agota en qué tanto se cumplen o no ciertas reglas estéticas (que algunas veces son arbitrarias).
Igualmente, tener buen gusto se traduce en saber reconocer el valor de ciertas obras, incluso aquellas que no nos gustan. Dice el presentador de televisión inglés, Kevin McCloud, que en muchas ocasiones tenemos que reconocer la belleza de ciertos edificios, incluso si personalmente no nos agradan. Lo cual me parece cierto. Una característica esencial del buen gusto sería entonces poder ir más allá de las preferencias personales para poder reconocer la belleza cuando se está frente a ella. Es con estas líneas generales que creo que podemos comenzar a hablar de la existencia del buen gusto.