Por Joaquín Cruz Lamas
No es ningún secreto que el arte moderno resulta muchas veces difícil de comprender para el público en general. Se trata de un fenómeno muy curioso, ya que, a mi parecer, el argumento que dice que esto se debe a la ignorancia de las personas es difícil de sostener por dos razones. La primera, es que vivimos en una época en que la población en general está mucho más educada, informada y alerta que en el pasado. Por supuesto, este escenario no excluye la posibilidad de la existencia de una ignorancia generalizada. La segunda razón es que las personas en general no son más ignorantes que en el pasado, es decir, antiguamente el público estaba mucho menos informado que hoy en día.
¿Qué es lo que sucede entonces? Mi opinión es que el arte moderno ha caído en aquello que tanto criticó en sus inicios: el snobismo. La consecuencia de esto es que el arte de nuestros tiempos se ha vuelto cada vez más excluyente y elitista. Si pensamos, por ejemplo, en los grandes maestros del renacimiento y el barroco, nos podemos dar cuenta de que, a pesar de haber sido contratados por patrones de clases sociales altas, sus obras en general asombraban también al resto de la población.
Esto no significa que el arte, para ser bueno, no deba de ser intelectualmente retador, ni tampoco que haya de ser siempre placentero y complaciente. Al contrario, aquel que nos envuelve y nos confronta es el que solemos clasificar como buen arte. Pero aquel que es hermético sin misterio o exigente sin ninguna promesa no tiene ningún tipo de seducción ni nos invita a participar activamente en él. El problema de muchas obras contemporáneas no es que las personas no lo puedan entender, sino que, por desgracia, no hay nada que comprender.
No estoy diciendo que todos los artistas contemporáneos sean pretensiosos y malos, sino que el mundo del arte se presta fácilmente para que surjan charlatanes. Creo yo que la solución, como en muchos casos, está en la educación. Esta nos dará las herramientas para formarnos un buen criterio y poder distinguir entre aquellas formas de arte que son genuinas y las que son un engaño.