Por Blackstone editorial
“¡Maradona! ¡En recorrida memorable! ¡En la jugada de todos los tiempos! ¡Barrilete Cósmico, ¿de qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés?! Para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina, ¡Argentina 2, Inglaterra! ¡Diegol! ¡Diegol!”, es un fragmento de la emocionante crónica que narrara Víctor Hugo Morales el 22 de junio de 1986 durante el partido disputado entre Argentina e Inglaterra en los cuartos de final del Mundial de Futbol celebrado en México. Hoy, 25 de noviembre de 2020, a 34 años de aquel célebre partido que anticipara el triunfo de la albiceleste en el mundial, la leyenda Diego Maradona murió a la edad de 60 años, a causa de un paro cardíaco, luego de algunas complicaciones de salud que se acentuaron a principios de este mes.
Si hubiese que definir la vida que llevó el Diego, tendríamos que emplear una frase: la pasión. Esta misma pasión lo llevó a convertirse no solo en un jugador, sino en un personaje contradictorio: fue ángel y demonio en distintos momentos. En palabras de Eduardo Galeano, Maradona en un mismo partido anotó “el gol del ladrón, que su mano robó”, pero minutos más tarde logró “el gol del artista, bordado por las diabluras de sus piernas”, que para algunos fue catalogado, además, como el gol del siglo, enmarcado por la igualmente apasionada crónica de Víctor Hugo Morales que cité líneas arriba.
Más allá de traer a la memoria los excesos que cometió en su vida, fruto de esa pasión con la que se condujo en la vida, Diego Armando Maradona fue un personaje que convirtió el futbol no solo en su pasión, sino en una suerte de religión que durante mucho tiempo rigió su vida.
Jorge Valdano recuerda una simpática anécdota que sucedió, precisamente, en el mundial de México 86, que muestra esta pasión, tanto en la cancha como fuera de ella. Durante un entrenamiento, cuenta Valdano, se amontonaban los periodistas para tratar de capturar los pases y movimientos del astro argentino. En cierto instante, Maradona afirma que a esos singulares personajes no les gusta el futbol. Valdano no está de acuerdo con la opinión de Maradona y, entonces, acuerdan una prueba: Maradona lanzaría el balón hacia el cúmulo de periodistas, si alguno de ellos regresaba la pelota con el pie, ganaba Jorge Valdano; por el contrario, si la devolvía con las manos, ganaba Maradona. Así lo hicieron y el resultado fue el escenario que anticipó el Diego: uno de los periodistas tomó el balón con las manos y lo devolvió con las manos, en algo que parecía un saque de banda.
En defensa de ellos, Jorge Valdano reconoció que la figura de Maradona los había eclipsado, al punto de que el periodista no se había atrevido a regresar la pelota con el pie. Ante estas palabras, el Diego argumentó: “Si yo estoy en una fiesta en casa del presidente de la nación con un smoking y me llega una pelota embarrada, la paro con el pecho y la devuelvo como dios manda”. Valdano concluye de manera contundente su recuerdo: “Dios manda devolverla con el pie, supongo. Lo siento periodistas, pero nunca más apuesto por ustedes”.
En el arrebato de la pasión, decía hace un momento, Maradona incurrió en un sin fin de excesos, pero al mismo tiempo defendió a no pocos jugadores que ni eran famosos ni populares. El potro Rodrigo, en la célebre “Mano de Dios”, quizá ofreció un presagio de toda la vida de Diego Armando Maradona: “Su sueño tenía una estrella, llena de gol y gambetas. […] Sembró alegría en el pueblo, regó de gloria este suelo”, pero al miso tiempo “la fama le presentó una blanca mujer de misterioso sabor y prohibido placer […] ese es un partido que un día el Diego está por ganar”. Que la vida de Maradona nos recuerde la importancia de mantener encendida la pasión de realizar esa actividad que nos llena de vida, pero, al mismo tiempo, nos lleve alejarnos de los excesos y de aquellas dinámicas que pueden poner en peligro el que disfrutemos y ejerzamos esa misma pasión que, acaso, le da sentido a nuestra existencia.