Por Joaquín Cruz Lamas
Cuando hablamos de música clásica nos referimos a un espectro muy amplio que abarca generalmente los períodos musicales a partir del barroco. Respecto a este último estilo, se dice muchas veces que encontró en México un lugar donde establecer un hogar definitivo. Al parecer los mexicanos somos por naturaleza barrocos y ―dicen los que saben― que esto se ve en la forma en que hablamos, vestimos, comemos, pensamos y hacemos arte. Claro, cuando hablamos de barroco mexicano es muy fácil pensar en las artes visuales, quizá especialmente en la arquitectura, ya que la tenemos a nuestro alrededor. Basta con visitar alguno de los célebres centros históricos del país para darnos cuenta de la profunda huella que el barroco dejó en México.
¿Pero qué hay con las artes sonoras? ¿Qué pasa con la música? Muchas personas identifican la música mexicana más con lo folclórico que con lo clásico. No les falta razón, ya que incluso la música clásica mexicana se inspira en el folclor. Lo cual me lleva al punto que quiero establecer: hay una tradición de música clásica mexicana. Dicha tradición, además, surgió mucho antes del huapango de Moncayo o los danzones de Arturo Márquez.
El compositor más significativo de este período fue Manuel de Zumaya, quien nació en la ciudad de México en 1678 y murió en Oaxaca en 1755, donde trabajó por muchos años componiendo para la catedral. Su estilo fue el barroco y se dedicó especialmente a la música coral; produjo un amplio repertorio de música sacra que incluyen varios villancicos. Se le atribuye la segunda ópera compuesta en el continente americano: La Parténope. Como dato histórico, valga mencionar que la primera fue compuesta en Perú por Tomás Torrejón y Velasco.
Por desgracia, este y otros compositores novohispanos son poco conocidos por el público en general, ya que su música se representa muy poco. Quizá sería buena idea comenzar a escucharlos para ampliar nuestro panorama musical. En el caso de Manuel de Zumaya, yo recomendaría escuchar dos piezas suyas muy cortas: “Albricias mortales” y “Angélicas milicias”.