Por Joaquín Cruz Lamas
La autora de Primero Sueño, uno de los poemas más fascinantes y enigmáticos de la lengua española, tuvo una vida tan extraordinaria y cautivante como su poema filosófico. Fue la hija natural (ilegítima) de doña Isabel Ramírez y de Pedro de Asbaje. Se educó de forma autodidacta usando la biblioteca de su abuelo en la hacienda de Panoaya en Amecameca. Quizá el ejemplo de su madre, que crio sola a sus hijas y administró la hacienda del abuelo, la inspiró durante su niñez. Al estudiar se cortaba un mechón de pelo cada vez que cometía un error puesto que no le parecía justo que “estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias.” Igualmente, durante su niñez, quiso asistir a la escuela disfrazada de niño y se abstuvo de comer queso, porque pensaba que atontaba a la gente. En cuanto a idiomas, sabemos que aprendió francés en tan sólo dos semanas de forma autodidacta y que cuando llegó a la adolescencia ya dominaba el latín y el náhuatl.
Vivió en la estratificada sociedad novohispana donde las jerarquías eran rígidas y muchas instituciones, misóginas. A la edad de 16 llamó la atención de la corte virreinal y los virreyes, que en ese momento eran los marqueses de Mancera, la incluyeron en la corte como dama de compañía. En esa misma época, se enfrentó en una especie de examen oral a los filósofos, teólogos, matemáticos y juristas más destacados de la Nueva España, brillando por encima de ellos. Un recuento de la época dice que “era como un galeón abriéndose paso entre pequeñas canoas.” Mientras estaba en la corte, escribió poemas y obras de teatro y criticó la misoginia y el machismo de su época.
Siempre se interesó más por el conocimiento que por el matrimonio, el cual sentía que le impondría varias limitaciones. La vida consagrada le ofreció la posibilidad de dedicarse al estudio, por lo que entró a la orden de las Jerónimas, donde siguió escribiendo sobre filosofía, matemáticas, teatro, poesía, cocina, música sacra. Asimismo, fue maestra de teatro y música en la escuela de Santa Paula del convento de las jerónimas. También en el convento, pudo tener una biblioteca personal, la cual llegó a ser una de las más grandes en América en aquel entonces. En ese entonces, fungió como tesorera y archivista del convento. Recibía visitas de los intelectuales más prominentes de la Nueva España. Fue patrocinada por los marqueses de la Laguna, quienes publicaron sus obras en México y España, dándole fama internacional y ayudándole a convertirse en una de las autoras más importantes del barroco.
Sin embargo, Manuel Fernández de Santa Cruz, obispo de Puebla, bajo el pseudónimo de Sor Filotea de la Cruz, publica su critica a un jesuita portugués y le recrimina que debería de dedicarse a los deberes de una monja y no al estudio de la Teología y las demás ciencias. Sor Juana responde con una autobiografía donde expone las dificultades que ha sufrido toda su vida por aprender y que termina siendo una defensa por el derecho de la mujer al estudio. Sor Juana resiste a las presiones eclesiásticas, sin embargo, pocos años después, termina por ceder. Su biblioteca es vendida, abandona las letras y renueva sus votos firmando con sangre “Yo, la peor de todas.” Muere cuidando de sus hermanas jerónimas durante una epidemia que azotó a la Ciudad de México en 1695. Octavio Paz dijo sobre ella: «No basta con decir que la obra de Sor Juana es un producto de la historia; hay que añadir que la historia también es un producto de esa obra.”