Por: [Blackstone Staff]
“Toda empresa tiene una característica esencial: la vocación profundamente humana de servir. Quien emprende un negocio debe hacerlo con la ilusión de producir un bien o un servicio. Si la empresa carece de este rasgo fundamental, no va a sobrevivir”, afirma Don Humberto Martínez de León con una mirada profunda e inquisitiva, propia del hombre que toma la determinación de vivir con toda entereza, del ser humano que ofrece su espíritu al trabajo cotidiano hecho con honestidad, dedicación, entrega y cariño, en aras de un florecimiento que aspira a cobijar a todos.
Al abrigo de una pintura que muestra a Don Quijote de la Mancha con las manos sobre el pecho, como quien resguarda su corazón poco antes de abrir los brazos para ofrecerlo al mundo, Don Humberto nos recibe con alegría, sentado tras un amplio escritorio, sobre el que se encuentran los utensilios tradicionales para la escritura y las labores cotidianas. “Cada uno es hijo de sus obras”, dice Don Quijote de la Mancha en el camino de vuelta a su aldea, luego de concluir la primera salida que emprendiera para desfacer agravios y enderezar entuertos, con una lanza en cuya punta está el hierro de la justicia. Este ánimo quijotesco –que impulsa a la acción e incita a buscar el bien común– es el que late también en el corazón, en el alma de Don Humberto, quien es hijo de una obra que cambió para siempre no solo su destino, sino el destino de nuestro Estado: la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
La Universidad, fruto de una responsabilidad histórica
La universidad –nos dice Don Humberto– nace como una respuesta a una necesidad muy sentida que existía en la sociedad de Aguascalientes, pues muchos jóvenes cargábamos con una profunda frustración: estudiábamos la secundaria y el bachillerato, pero para continuar era necesario salir del estado y no todos teníamos los medios para hacerlo. El Estado no tenía algo qué ofrecerles a los jóvenes para que se formaran a nivel profesional. Ese era un clamor de muchos de nosotros. Don Humberto toma un vaso con agua para refrescarse la garganta y compartirnos el largo camino que significó la fundación de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
–En enero de 1972, tuve el honor de asumir la rectoría del Instituto Autónomo de Ciencias. Teníamos ya los recursos para crear la Escuela de Medicina, gracias a la donación de un millón y medio de pesos de la Secretaría Educación Pública. Yo acepté el desafío, aun a sabiendas de que teníamos el tiempo encima y que se trataba de la carrera más difícil de organizar. Entonces, comienzo a armar el gran equipo que me ayudaría a sacar el proyecto y al cabo de 9 meses, inaugurábamos la Escuela de Medicina, en una bellísima ceremonia en el Teatro Morelos, con la presencia de las más altas personalidades del país en el campo médico y las autoridades de la Secretaría de Salud de aquel tiempo. En este magno evento, afirmé que habíamos hecho un trabajo con una visión muy clara y un gran sentido de responsabilidad, que nos involucraba históricamente en acontecimientos futuros. Es cuando anuncié que crearíamos la universidad.
“No fue nada fácil, pues hubo meses en los que incluso no teníamos dinero para pagar. Muchos de nosotros estuvimos trabajando sin recibir un solo peso. Realizamos esfuerzos extraordinarios, pero también recibimos ayuda valiosísima, pues además de la población, el Club Rotario de Aguascalientes nos extendió su apoyo; Pedro C. Rivas, de la XERO, nos cedió los micrófonos de su radiodifusora para hacer un maratón: coloqué una mesa, con un micrófono y un teléfono para solicitar el apoyo de la gente en una transmisión sin límite de tiempo. Es una acción que yo le reconozco mucho a Don Pedro, porque él tenía compromisos comerciales y los dejó aparte para darnos el espacio, pues sabía lo que se gestaba y por qué lo estábamos haciendo.
“En ese maratón, compartí la frustración que sentí al no poder continuar mis estudios en Aguascalientes: yo me formé con un curso por correspondencia; después, abrí mi despacho contable y comencé a reunir dinero; luego, tuve que dejar mi empleo y la ciudad, para cursar la carrera de Contador Público en la Universidad de Guadalajara. Todo esto lo dije en la radio, lo relaté para que las personas supieran por qué estaba yo luchando: mi objetivo era que sus hijos, sus nietos y las generaciones venideras pudieran estudiar sin verse en la necesidad de abandonar Aguascalientes. La meta era reunir 500 mil pesos, pero nos quedamos a menos de la mitad; sin embargo, nuestras acciones tuvieron un eco muy grande en la sociedad, pues todo nuestro esfuerzo conmovía hondamente a la gente. Al cabo de un camino que recorrimos con una gran responsabilidad y sentido de trascendencia, y a solo 9 meses de haber creado la Escuela de Medicina, el 19 de junio de 1973 nacía, veía la luz la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
“Nuestro anhelo de crear una universidad descansaba en que sabíamos que esta acción generaría oportunidades para que el desarrollo de Aguascalientes no estuviera soportado por el empirismo, sino que hubiera conocimientos científicos que respaldaran el crecimiento del Estado. Una vez que la universidad entregó profesionistas a la sociedad, fortalecieron los espacios a los que se incorporaron y vino entonces una profunda transformación.
Mientras recorremos el Aguascalientes de la segunda mitad del siglo XX, el rostro de Don Humberto se ilumina con una sincera alegría y su voz nos transporta a aquellos instantes que, a través de él, parecen haber ocurrido hace apenas unos cuantos minutos. Entonces, le pedimos que nos hable del espíritu humanista de la universidad.
–El nacimiento de la universidad tiene un sentido humanístico de origen, porque buscamos ayudar al ser humano a integrarse completamente a su esfera espiritual, al infundir valores y principios, pues sin ellos, no es posible que la empresa perdure. Este carácter es pertinente en cualquier ámbito: si una empresa carece de principios que gobiernen su vida, no podrá prosperar.
“El concepto humanista se expresó muy claramente en que la universidad estaría abierta a todos los jóvenes, independientemente de su condición económica, raza, credo u origen. Solo pedíamos dos requisitos: querer estudiar y tener capacidad de aprender. Nada más. Claro: nos vimos en la necesidad de cobrar una colegiatura; de lo contrario, no habríamos podido nacer, pero también ofrecimos becas, para quienes no tuvieran los medios para continuar sus estudios, y créditos educativos, para quienes quisieran responsabilizarse del costo de su formación académica. Incluso diseñamos esquemas crediticios con intereses bajísimos, gracias a un apoyo por parte del Banco de México que logré concretar. Poco a poco, fortalecimos nuestras finanzas. Gracias a ello, también extendimos apoyos para cuando los estudiantes egresaban, en forma de créditos para montar despachos, consultorios, para comprar libros y otros materiales. Hacíamos todo lo posible para ayudarlos, en apego a una máxima: esta casa nunca va a cerrar sus puertas a los hijos del pueblo, los hijos del campesino, los hijos de obreros, porque todos tenemos ese origen, de ahí las profundas raíces humanísticas de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.
Emprender un negocio con la ilusión de servir
Durante su vida, Don Humberto Martínez de León creó alrededor de 22 empresas, algunas muy exitosas y otras no del todo, que, pese a ello, permitieron rectificar y perfeccionar el rumbo.
–Pareciera que yo no hubiera cometido fracasos –nos dice Don Humberto sin resquemor alguno–, pero no es así: tuve terribles fracasos y padecí tremendos momentos de angustias. Viví cuatro crisis feroces: en 1976, 1982, 1987 y 1994; en esta última, estuve a punto de perderlo todo; sin embargo, pude salvar mis negocios, porque demostré ante las instancias correspondientes que la situación no era como pretendían imputarla contra mí.
Emerge un silencio profundo, sórdido, al escuchar a Don Humberto. El año de 1994 parece muy lejano, pero ahí están las dolorosas cicatrices que dejó en la piel de México. Él nos contempla con esa mirada inquisitiva que nos incita a reflexionar a propósito de estos hechos que marcan un antes y un después, que nos llevan a cuestionar nuestro lugar en el mundo. Le pedimos, ahora, que nos comparta algunas recomendaciones para los jóvenes que buscan formar una empresa.
–Se habla de emprendeduría, que, por cierto, no está en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, pero proviene del verbo emprender, una palabra que sí registra el diccionario, definida como un acto de gran peligro, de gran riesgo y que pone en evidencia el temperamento de quien lo realiza. Es muy saludable que las instituciones de educación superior inculquen a los jóvenes que no se estudia únicamente para ser empleado: quien estudia también puede aplicar sus conocimientos para fundar, constituir empresas.
“Un emprendedor debe tener perseverancia y tenacidad, como actitudes fundamentales. Es imprescindible la visión a largo plazo, con una planeación bien hecha; de lo contrario, viene la desesperación, porque se van a buscar resultados a muy corto plazo y eso no siempre se puede, de ahí la importancia de la tenacidad; además, reconocer y aceptar que se van a cometer errores, pero dándoles su justa dimensión, es decir, como situaciones que son normales y que se aprovechan para sacar lo mejor. En seguida, tener en claro lo que se quiere hacer; en función de las metas y objetivos, se estableen los valores y principios que se convierten en la base para operar la empresa. Sin principios y sin valores, no hay negocio que sobreviva.
“Los líderes son exitosos no porque trabajen mucho o estén ocupados todo el día. No. Los líderes triunfan porque saben cómo trabajar y saben delegar sus funciones, de ahí la esencia de la carta de organización; saber cuántos comités es necesario formar para constituir los equipos de trabajo, determinar las acciones a realizar y vigilar su cumplimiento. Luego, atender el campo de control de los jefes de área, para reconocer si es más grande o chico, pues una persona no puede mandar a demasiados subordinados: hay un número específico para ello. Cada uno de estos aspectos tiene que consagrarse en la previsión que se elabora al crear la empresa; conforme ella crezca, se formularán cálculos para garantizar su punto de equilibrio y ya no se caiga.
“Un buen líder es aquella persona que sabe delegar funciones. Hay quienes hablan de delegar responsabilidades; sin embargo, la responsabilidad jamás se delega, esa es inalienable, siempre estará en el líder. Me gustaría poner como ejemplo mis acciones para ilustrarlo mejor: la fundación de la universidad fue una iniciativa que yo asumí y de la que fui líder; si la universidad fracasa, yo soy el responsable de ello. En caso de que esto ocurriera, el mundo se vendría sobre mí a exigirme que rinda cuentas de lo sucedido.
“Una empresa es fruto del esfuerzo de muchas personas; quien aspire a concentrar todo el trabajo se va a perder, no logrará abarcarlo. Es vital que el líder vea a los empleados como socios, pues son sus mejores aliados; es importante desarrollar programas de estímulos para alentarlos a que sean mejores y tomar en cuenta su experiencia y las aportaciones que realizan. El líder trabajará para que sus colaboradores vean que en la empresa existen una oportunidad permanente de ascenso, de crecimiento. Por eso, los valores y los principios son la clave, porque una empresa no es fundamentalmente los bienes materiales, sino la fuerza que le entregan quienes la integran, porque no pensamos en tener negocios para ocuparnos. Tenemos un negocio con la ilusión de servir, de producir un bien o un servicio.
“Y siempre hay que tener presente al cliente. Él es la clave de todo, porque es el único que le lleva dinero a la empresa; todos los demás se llevan dinero de ella. Por eso hay que cuidarlo: hay que estudiar cuáles son sus necesidades y descubrir, identificar a la perfección por qué te emplea o por qué te compra, para que tengas todo lo necesario y satisfacer sus necesidades con presteza, de una manera amplia y diligente. Hace falta preguntarnos: ¿con quién voy a competir?, ¿cómo están mis competidores? Un emprendedor observa a los competidores, porque si no está en condiciones de estar mejor que ellos, de ofrecer algo mejor que ellos, entonces conviene no meterse a ese sector, pues al momento de que existe una oferta de servicios, lo más seguro es que se la van a dar a la competencia, precisamente porque puede ofrecer un mejor servicio.
Valores y principios: la clave del éxito de una empresa
A lo largo de nuestra plática, Don Humberto le ha dado mucho énfasis a la importancia y la trascendencia de establecer valores y principios que rijan la empresa, “Se necesita tener un concepto de valores para alcanzar el éxito; se necesita tener un catálogo de creencias que tú aceptas que deben ser”; en esta amplia comprensión que tiene no solo de la empresa, sino de la vida, nos surge una curiosidad: ¿cómo fue la enseñanza en el seno del hogar para que Don Humberto adquiriera ese sentido humano de la vida?
–Mi papá fue ferrocarrilero; fue uno de esos hombres que construyeron los cimientos del Aguascalientes de hoy, levantado sobre el hierro de los trenes. Él fue un obrero con un gran sentido práctico de la vida. Con frecuencia me decía: “Mira, hijo, que nunca se te olvide: la honestidad es buen negocio” y estas mismas palabras yo se las he repetido mis hijos. Los valores son vitales para mí; en especial, la honestidad y se encuentra en el credo, en la razón de ser de las empresas que he formado: nosotros creemos en México y su capacidad, en el hombre y su honestidad, en la libertad de emprender, en el trabajo como medio de bienestar, en la función social de las empresas, en el absoluto respeto a la naturaleza.
”Antes de iniciar las reuniones de consejo, repasamos nuestro credo, pues solo así nos damos cuenta de si estamos siguiendo el rumbo que nos trazamos. Después, verificamos que la carta de organización esté en condiciones de responder a esa ruta o si hace falta formular cambios, integrar a nuevos elementos que nutran a la empresa con sus conocimientos, sus habilidades su ánimo. Por último, vigilamos nuestro sentido social, porque, se le hace un gran bien a la gente cuando se le paga bien, cuando se le retribuye lo justo por sus labores, sin explotarla, pero, ante todo, considerándola como un socio, una socia de la empresa.
Don Humberto nos ha regalado una larga conversación, en la que recorrimos los espacios más recónditos que esconde la fundación de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Poco a poco, nos llevó de la mano para conocer la concepción y la comprensión que tiene él de la vida, con el sentido humano que en todo momento le ha dado a cada acción y proyecto que ha emprendido. En sus palabras percibimos un amor inigualable a quienes lo rodean, en especial a su familia, que ha visto crecer a lo largo de tres generaciones. En el ánimo de haber compartido las virtudes que el ser humano está en condiciones de ejercer en el camino de la vida, nos despedimos de Don Humberto Martínez de León, quien nos agradece por acompañarlo, una vez más, a recorrer el amplio e infinito pasillo de la memoria, que siempre –lo afirma con cariño– nos lleva a contemplar nuestro presente con otros ojos.