Por Alfonso Díaz de la Cruz
Yo le dije al Muelas que no le jugara al chingón y que no se metiera con el Brujo, pero pues no me hizo caso. Decía que todos éramos unos maricas que nos creíamos todo y que lo que nos faltaba eran huevos. Eso nos dijo. Por más que intentamos hablar con él —porque no fui el único que trató de detenerlo— se las dio de muy acá y nos mandó a la chingada a todos.
Nos habían contratado para hacer el segundo piso de la casa del 360. Para evitar los gastos de los traslados, el maistro de obras contrató mayoritariamente a albañiles de la colonia, que siempre se ha caracterizado por tener de a madres, y con los que el maistro solía trabajar. El Muelas no era de estos lugares, pero era primo del Bolillo, uno de los que más veces ha trabajado con el maistro, y fue por su insistencia que el maistro hizo una excepción y lo contrató. El Bolillo le dijo que era bien chambeador y que él se hacía responsable, pero que le diera chance, porque andaba necesitado de chamba y era familia.
En atención al Bolillo, el maistro aceptó a regañadientes poniéndole las mismas condiciones que nos ponía a todos: puntualidad, trabajo y honestidad; nada de llegar tarde, nada de estar de huevones, y nada de chingarnos lo que no era nuestro. Así trabajaba el maistro y así estábamos acostumbrados a hacerlo, pero el Muelas no era así; luego luego se le veía que no era así, pero como era primo del Bolillo lo aceptamos, aunque se le viera que iba a meterse en problemas. Por si fuera poco, como no era de la colonia pues no estaba familiarizado con el Brujo, el señor que vive en el 357, y que todos sabemos que tiene poderes y que por eso no es bueno meterse con él.
A primera vista no se le nota que sea un brujo, ¡y claro que suena tonto creer en eso en pleno 2021! Si bien que lo sé, y en eso concordamos todos, pero hay muchas cosas que lo delatan. Además, que la brujería no sea tan común como antes no quiere decir que ya no exista. Si bien se trata de alguien muy respetuoso y que no se mete con nadie, solo hay que fijarse un poquito y saber que ese no es un señor habitual, sino un brujo, ¡por esta! Saluda a todo mundo muy amablemente y a todos mira a los ojos. Y es en esas que enseguidita uno empieza a sospechar, porque luego luego se siente cómo su mirada le atraviesa el alma a uno y parece como que te leyera la mente; como si con la mirada, así sin decir nada, pudiera ver cada uno de tus secretos. “¡Buenos días!”, dice mientras te observa fijamente, y ya con eso se enteró de todo lo que andas escondiendo, por mucho que sonría. El frío que se siente cuando te ve no es algo normal. Por eso uno se cuida muy bien de no cruzarse en su camino, de saludarlo y de no meterse con él. Y él lo sabe. Y se lo explicamos más de una vez al Muelas, pero él solo se reía. Decía que eran pendejadas. Aun así, le insistíamos.
¿Cómo, si no, es capaz —le decíamos — de dejar su casa abierta de par en par sin temor a los ladrones? ¿Cómo explicas tanto gato negro que se junta en su cochera por las noches o los extraños cánticos y luces, como de fuego azul y verde, que salen de sus ventanas a esas horas? ¿Qué razón das del frío que todos sentimos cada vez que nos mira a los ojos?
Eso y más le decíamos y no pocos se santiguaban mientras lo hacíamos, pero eso solo servía para que el Muelas estallara en carcajadas y se burlara de nosotros, por crédulos.
Fue una semana antes de terminar la construcción cuando el Muelas vio la bicicleta. Ocurrió en una salida del Brujo que, poco usual a sus costumbres, sacó el carro de la cochera y se fue, sabe Dios a dónde, dejando a la vista la bicicleta que el auto ocultaba. La bicicleta no era atractiva, pues se encontraba llena de telarañas, pero el Muelas afirmaba que era de buena marca y que —esto era lo más importante para él— no se podía ignorar semejante regalo que la vida le ponía en su camino.
Ni tardo ni perezoso, tras varios minutos después de la salida del Brujo, e ignorándonos por completo, el Muelas cruzó la calle y, ante el miedo expectante de todos nosotros que, la verdad sea dicha, no hicimos nada más por detenerle, tiró del pestillo de la puerta peatonal de la cochera y, tras comprobar que no tenía la llave puesta, abrió y cerró la puerta, para después girar sobre sus talones con una sonrisa triunfal, y volver a la construcción donde todos le mentamos la madre y le preguntamos a bocajarro si estaba loco, pidiéndole que no volviera a hacer eso, pues se podía meter en problemas si el Brujo se enteraba de lo que había hecho y, con ello, nos podía llevar a todos entre las patas. Él, naturalmente, se rio.
A los pocos minutos el Brujo regresó y, aunque los compañeros juran que no ocurrió nada, yo sentí clarito, después de que metió el carro a su cochera, que nos lanzaba una advertencia con su mirada, como si supiera lo que había pasado. Por alguna razón nadie dijo nada más; ni al Muelas ni al maistro.
Los días siguientes se repitió la rutina del Brujo, pero no así la del Muelas, quien solo se limitaba a observar hacia la casa del Brujo, se encontrara este o no dentro de ella, vigilando, no tanto la bicicleta o el carro, sino la puerta peatonal que lo podía llevar a ella. Como verificando que se mantuviera sin llave. Anotaba mentalmente los horarios de las luces en el interior de la casa del Brujo, las salidas de este, cualquier movimiento que hubiera en la casa. Yo me di cuenta de ello y adiviné lo que estaba tramando y le dije que ni lo pensara, pero él solo se limitó a burlarse de mí y de mis supersticiones, para después decirme que de eso ni una palabra a nadie: ni al maistro ni al Bolillo, si no quería me cargara la chingada.
No creo que hayan sido sus palabras las que me detuvieron a contarlo, pero entre más le doy vueltas más seguro estoy de que debí de haber hablado. Aunque se enojara, aunque lo corrieran de la obra, aunque todo. Se pudo haber evitado el final que hubo, pero yo no tenía idea, ¿cómo iba a saberlo? Por muy fuertes que fueran nuestras reservas con respecto al Brujo, creo que, a final de cuentas, no creí que el Muelas fuera capaz de hacerlo, que solo fanfarroneaba.
Pero fue capaz.
Para el día en que terminamos la obra ya lo tenía todo planeado y, tras la salida del Brujo, el Muelas cruzó la calle, abrió la reja y, como Juan por su casa, caminó con calma hacia la bicicleta, la tomó del manubrio y con total desfachatez salió de la cochera, cerró la reja y, ante la mirada atónita de todos nosotros, se marchó montando la bicicleta para esconderla quién sabe dónde. Regresó a los quince minutos pidiéndonos que no lo chingáramos; que si lo había hecho era para demostrarnos que nuestros miedos eran ridículos y que el pinche maguillo (así dijo) ni era mago, ni brujo, ni sería capaz de hacer nada.
No pudimos responderle. Tan pronto terminó de hablar escuchamos el coche del mago subiendo por la calle y todos regresamos a nuestras labores, disimulando como podíamos nuestros nervios y nuestro miedo; viendo de reojo al Brujo, atentos a la reacción que tendría ante el descubrimiento que le esperaba en su casa.
No sé exactamente qué es lo que esperábamos que ocurriera, pero claramente no era eso: el Brujo se bajó del coche, se asomó al espacio donde solía estar su bicicleta y, tras detenerse unos segundos con los brazos en jarra, se dirigió a la banqueta girando la mirada a diestra y siniestra, como esperando encontrarse con el ladrón de su bicicleta. Después de ello cerró la reja, ahora sí con llave, escudriñando atentamente la casa en construcción mientras lo hacía. Uno, dos, tres segundos. Al final, solo respiro profundamente y se encerró en su casa.
Quizás el Muelas tenía razón, pensé, y el Brujo no sabía nada. Quizás, en efecto, aunque no era correcto lo que había hecho, el Muelas se encontraba a salvo. No hubo una reacción, un enfrentamiento del Brujo con los albañiles o vecinos de la zona, no hubo maldiciones ni “accidentes” en la obra y pudimos terminar el resto de la jornada en paz. Al poco, el maistro regresó y nos entregó nuestros pagos finales, agradeciéndonos la calidad del trabajo y prometiendo que a la siguiente que hubiera una chamba como aquellas, nos volvería a contratar, pues estaba satisfecho con la obra realizada.
La promesa era extensiva al Muelas, quien —de acuerdo con el maistro— había hecho un trabajo de diez; sin embargo, la promesa no pudo realizarse. Al poco tiempo de subir a la bicicleta, con dirección a su casa, el Muelas se desvaneció y cayó a un costado de la carretera. Cuando lo encontraron ya no respiraba y nada pudo hacerse para salvarlo.
Dicen que había numerosas mordeduras de viudas negras en su espalda, piernas e ingle; que debajo del asiento encontraron un nido de esas arañas, pero, por muy posible que eso suene, yo no lo creo. Estoy seguro de que fue obra del Brujo.
¿Cómo se explicaría que un par de semanas después la bicicleta apareciera de nueva cuenta en su cochera?
Al maistro tampoco lo volvieron a ver después de ese día.