Por Katya Jimena Orozco Barba
Hay quienes pasan los días y la vida huyendo de sus propios miedos, cargando con culpas presentes o del pasado y, por lo tanto, son controlados por sus recuerdos. Sin darse cuenta, se castigan a sí mismos, saboteando sus logros. En otras palabras, su futuro está controlado por su pasado. Quizá es cierto que el pasado es importante, pues somos el resultado de nuestra historia: pero no tenemos que ser prisioneros de ella.
Los temores pueden ser el resultado de una experiencia traumática, de falsas expectativas, de haber sido criados en un hogar de disciplina rígida o incluso de una predisposición genética. Cualquiera que sea la fuente de la causa, las personas condicionadas en el temor pierden oportunidades, porque temen aventurarse a emprender, a vivir.
El temor es un tipo de cárcel donde el cerrojo está por dentro, impidiendo el paso hacia aquello que se desea. Habrá diversidad de temores como los hay de personas: temor a la pérdida, al “fracaso”, a la crítica o a la propia personalidad.
En cada ser humano existe el impulso de buscar y experimentar lo nuevo, es decir, la “neofilia”, pero también está presente el temor a ese impulso o “neofobia”. Tanto la neofilia como la neofobia pertenecen a un estado de conflicto, pues cuando el ser humano es atravesado por situaciones novedosas, pero le resultan desagradables y angustiantes, la mayoría de las veces se resguarda en lo que ya le parece conocido o familiar, como una forma de resguardarse en un sitio “seguro”, la dificultad aparece cuando ya no se desea salir de ahí por temor a la angustia que trae consigo algo de lo que se vivió allá en la propia historia.
Los libros sagrados también contienen una profunda sabiduría que permite que el ser humano se vea a sí mismo desde otras perspectivas. En la primera carta de Juan, por ejemplo, leemos, palabras más, palabras menos, que la persona que ama no tiene miedo. Donde hay amor no hay temor. Al contrario, el verdadero amor quita el miedo. Vivir sin temor no calentará el frío o aplanará montañas. Por eso, una forma de vivir el temor es atravesándolo con el amor y la pasión por delante.
En la cárcel del temor, abrir la puerta significará la disposición a experimentar la aventura de vivir la vida misma, con sus heridas y sus caricias, la confianza e incertidumbre, la ganancia o la pérdida. La historia no es el resultado del pasado, sino del presente.
Sea cual sea la fuente del temor, el cuarto oscuro del alma o la prisión de los pensamientos, algo es seguro cuando se trata del encierro del temor: el cerrojo está por dentro.