Por Ma. Del Carmen Pérez Valdés
Durante el último medio siglo, se ha presentado un cambio drástico en la manera en la que nuestros cerebros y cuerpos reaccionan ante la comida. Como consecuencia, engordamos cada vez más y no hay la suficiente educación ni los esfuerzos para resolver el problema; 63% de la población muere prematuramente por enfermedades relacionadas con la dieta, incluyendo diabetes, cáncer, derrame cerebral y enfermad cardiaca. Las estadísticas son tan malas como te imaginas: 2 mil millones de personas a nivel mundial tienen sobrepeso y 600 millones de ellas son obesas. La obesidad se ha transformado en un problema más grave que la desnutrición en los países en desarrollo. La mala alimentación y los malos hábitos nos conducen a la enfermedad, pero ¿en verdad sabemos qué ocurre en nuestros cerebros con el consumo excesivo de azúcar y harina? ¿Cómo es que nuestra alimentación altera nuestra química cerebral a un grado tal que nos resulta imposible parar de comer?
Hambre Insaciable
El hambre no es algo nuevo; es un impulso humano vital que asegura nuestra supervivencia. Lo que sí es nuevo es la disponibilidad y cantidad de productos procesados que tenemos ahora a nuestro alcance, llenos de químicos, azúcar, colorantes y aditivos, que, si los consumimos, nos traen consecuencias terribles a la salud.
El cuerpo por sí solo tiene un mecanismo conocido como compensación, que debería regular nuestra ingesta calórica, pero esta habilidad está casi perdida. ¿Cómo llegamos a este punto?
El hipotálamo es un área dentro del cerebro en forma de avellana; es lo más cercano que tenemos a un regulador, y desempeña una variedad de funciones como control de hambre, temperatura corporal, apego parental, deseo sexual, sed, fatiga, sueño y ritmos circadianos. Una hormona, la leptina, afecta la habilidad del hipotálamo para controlar nuestra forma de comer.
La leptina es producida por las células grasas, y es la encargada de regular nuestra saciedad – entonces, una persona con obesidad tiene más cantidad de leptina – cuando consumimos una gran cantidad de alimentos. El exceso, que no quemamos, rápidamente se va a nuestras células grasas. A medida que nuestras células grasas se llenan más, éstas van secretando más leptina. La leptina regresa al cerebro y le dice: basta de comer, ¡busca una actividad para utilizar toda esta energía! Entonces, ¿por qué toda la leptina se queda en el torrente sanguíneo y la señal de saciedad nunca llega a mi cerebro?
El término se conoce como resistencia a la leptina. El cerebro no registra la leptina circulante, ya que el exceso de azúcar y harina han aumentado drásticamente los niveles de insulina en el cuerpo y ésta bloquea la señal de la leptina en el hipotálamo y el tronco encefálico. La parte más primitiva de nuestro seso no recibe la señal hormonal de que estamos llenos, de que ya hemos consumido una adecuada cantidad de comida, por lo que éste está convencido de que en ese momento nos morimos de hambre. Debido a esto, seguimos ingiriendo y mirando televisión mientras obedecemos la instrucción de continuar comiendo inconscientemente.
El llevar una mala alimentación afecta el cómo te ves por fuera y cómo te sientes, pero va más allá de ser obeso: una dieta pobre, no sólo te predispone a contraer enfermedades crónico-degenerativas, sino que también afecta tu química cerebral, tu actividad hormonal, la estructura de tu ADN, la forma en que se comunican tus células y destruye por completo tu sistema de hambre-saciedad. Una alimentación balanceada es capaz de llevar de nuevo a tu cerebro por el buen camino, acompañada de actividad física y buenos hábitos.
“El cuerpo y la mente son universos paralelos, todo lo que sucede en uno deja sus huellas en el otro”
-Deepak Chopra
Nuestros antepasados pasaban largos periodos con escasez de comida, nuestros cuerpos se adaptaban rápidamente a ello reduciendo su metabolismo basal y funciones para sobrevivir. En ausencia de alimento, el cuerpo funcionaba con la glucosa almacenada hasta por 3 días para que después el hígado comenzara a descomponer los depósitos de grasa y músculos para conseguir energía. El cuerpo es capaz de adaptarse a un déficit calórico, mas no es bueno adaptándose a un consumo de excesivo de calorías; en ninguna etapa de la evolución el humano tuvo que lidiar con esto hasta ahora, por lo que tenemos que aprender a cuidar cómo comemos.