Por Blackstone
La sangre falsa trascendió su función visual en la historia del cine. Su desarrollo ejemplifica ingenio, experimentación y adaptación artística, acompañando las escenas más impactantes y reflejando los avances técnicos y decisiones creativas de la industria. El uso de sangre artificial tiene sus orígenes en los escenarios teatrales premodernos. Como la sangre real era impráctica y difícil de conservar, actores y utileros preferían sugerir la violencia con telas rojas o sin restos visibles, recurriendo a soluciones que respondían tanto a la necesidad como a la creatividad. La experimentación condujo a fórmulas con pintura roja, pero en el Grand Guignol de París, a finales del siglo XIX, aparecieron los primeros compuestos específicos: mezclas de glicerol o propilenglicol con pigmentos intensos lograban un efecto espeso y carmesí, destacado por su impacto visual a distancia pero con resultados poco realistas de cerca. El cine en blanco y negro trajo nuevos desafíos. Las limitaciones técnicas y los tabúes sociales restringían la sangre a manchas oscuras hechas con aceites y pigmentos. Algunos directores buscaron alternativas realistas mediante el uso de jarabe de chocolate, cuya textura y color resultaban especialmente efectivos. Alfred Hitchcock lo utilizó en la célebre escena de la ducha de “Psycho” (1960), aprovechando la invención de la botella de plástico para lograr un goteo convincente. Además del presupuesto, Hitchcock consideraba que la sangre a color sería demasiado perturbadora para el público. Blair Davis, especialista en cine de terror clásico, señaló: “La sangre en el cine de los años 60 casi siempre lucía mejor en blanco y negro”. La llegada del color transformó el enfoque del maquillaje especializado. Las primeras técnicas no favorecían líquidos traslúcidos ni tonos apagados, por lo que se popularizaron mezclas opacas, de color rojo frambuesa. Hammer Films, responsable del impulso de Christopher Lee, hizo célebre el Kensington Gore, una sangre artificial parecida al jarabe de cereza y distintiva del terror británico. A pesar de su popularidad, muchos artistas buscaban mayor realismo y profundidad en cada fórmula. A mediados de la década de 1960, las mejoras en la filmación facilitaron nuevas recetas. Herschell Gordon Lewis, pionero del cine gore, encargó una mezcla más sutil para “Blood Feast” (1963), aunque las restricciones de presupuesto limitaron su perfección. Posteriormente, Dick Smith revolucionó este elemento con su fórmula a base de jarabe de maíz, conservante incoloro, colorante alimentario y Kodak Photo-Flo. Empleada en títulos como “El Padrino” (1972), “El Exorcista” (1973) y “Taxi Driver” (1976), su composición representó un gran avance en autenticidad y adaptabilidad. Las mezclas inspiradas en Smith permitieron ajustar color y viscosidad para simular situaciones diversas, desde sangre vieja hasta hemorragias arteriales recientes. En obras como “The Lieutenant of Inishmore” se crearon hasta nueve variantes según efecto buscado. En “The Evil Dead” (1981), el equipo usó crema no láctea para lograr una sangre apta para la boca de los actores, aunque la textura se modificó. Gregor Knape afirmó que la mayoría de las fórmulas actuales parten de un grupo reducido de ingredientes y la popularidad de la receta de Smith reside en su difusión tanto para profesionales como para aficionados. Con el siglo XXI, los efectos digitales comenzaron a complementar o reemplazar los métodos tradicionales. El uso de CGI permite modificar colores y simular salpicaduras con precisión; sin embargo, la credibilidad depende de la calidad del efecto: una sangre digital mal resuelta resulta irreal, pero bien lograda puede ser un sustituto eficaz. Esta técnica, además, facilita la adaptación a las normas de censura o la preferencia por escenas más limpias. El conjunto de decisiones artísticas y técnicas continúa determinando el uso de sangre falsa. En ocasiones, se prefieren tonos menos realistas para mejorar la visibilidad o para facilitar la limpieza del set. El objetivo emocional también influye: para Davis, una sangre estilizada siembra un efecto diferente en el espectador. Quentin Tarantino recurrió a distintas combinaciones en la saga “Kill Bill” para distinguir entre “sangre de película de terror” y “sangre de samurái”. En la actualidad, conseguir la sangre adecuada es un arte en continua evolución. Los profesionales de efectos especiales exploran nuevas fórmulas y ajustan cada detalle según las necesidades del proyecto. Pero el principal desafío consiste en encontrar la mezcla ideal para cada producción, en una búsqueda donde confluyen técnica, creatividad y adaptación constante.
La información y herramientas compartidas por Blackstone Magazine constituyen el portafolio que el lider exitoso pone en uso para la buena dirección de sus empresas y equipos de trabajo