Por Joaquín Cruz Lamas
El gran filósofo y jurista romano Cicerón escribió un texto dedicado a resaltar la importancia de tener amigos. El nombre de dicha obra es, justamente, Sobre la amistad (De Amicitia, en latín). En ella, nos dice que las amistades verdaderas son aquellas en las que podemos hablar con alguien más como si habláramos con nosotros mismos. Personalmente, creo que es verdad; sin embargo, lo interesante de la amistad es que a pesar de que existe esa confianza, como si uno hablara consigo mismo, en el fondo sabemos que la otra persona es distinta a nosotros. Quizá eso haga todavía más interesante y enriquecedora la relación. Sabemos que podemos contar con otro punto de vista, que proviene de una persona que no nos va a juzgar.
El mismo Cicerón, al igual que ya lo había hecho Aristóteles, dice además que solo entre personas virtuosas es posible la amistad. Esto se debe a que solamente quienes se preocupan de forma desinteresada por el bienestar de sus amigos pueden inspirar esa confianza que nos hace sentir en casa. La relación en este sentido debe de ser recíproca: hemos de estar atentos a las necesidades de nuestros amigos e incluso adelantarnos a ellas, solo de este modo sabremos que estamos construyendo un lazo sólido de amistad.
¿Pero, en todo caso, para qué queremos tener amigos? ¿Por qué sería deseable tener que preocuparse por el bienestar de otro ser humano que no sea uno mismo? No hay una razón utilitaria detrás de esto. Las ventajas de la amistad son muchas, es verdad, pero la auténtica amistad no proviene de la conveniencia o el interés. Tanto Cicerón como Aristóteles coinciden en que las relaciones que provienen del egoísmo están destinadas a fracasar. Los roces y las divisiones que surgen como consecuencia de la naturaleza humana terminan por destruirlas.
La única razón válida, dice Cicerón, es el amor. Así, tal cual. Tenemos amigos porque nos nace; porque de forma espontánea desarrollamos afecto y sentimientos de benevolencia e identificación con otra persona. Esto es lo más maravilloso, solo puede surgir desde la libertad. Por esa misma razón es que la verdadera amistad no se siente como una obligación o una carga, sino como un enriquecimiento de nuestras vidas. La amistad hace que sea más llevadera la adversidad y más deleitable la bonanza.