En México se habla mucho sobre “echarle ganas” para poder salir adelante. Ese discurso meritocrático ha dado pauta para frases discriminatorias como “el pobre es pobre porque quiere”.
Dicho pensamiento no puede estar más alejado de la realidad, pues en realidad el problema de la pobreza en México -y en el mundo- está relacionado con la desigualdad sistémica.
Por ejemplo, en México el 74 % de la población que nace en condiciones de pobreza termina muriendo en esas mismas condiciones, según el Informe de Movilidad Social en México 2019, realizado por el prestigioso Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY).
Eso quiere decir que siete de cada 10 personas que nacen pobres, mueren pobres.
Este fenómeno, lejos de estar relacionado con las “ganas de trabajar”, más bien está relacionado con la falta de oportunidades que existen para las personas en condición de pobreza.
En realidad, la pregunta es muy sencilla: si una persona no tiene acceso a buena educación pública, a hospitales de calidad, a vivienda digna, a espacios de recreación y a movilidad eficiente ¿cómo se va a poder desarrollar de la misma manera que las personas que sí tienen todo eso?
Todos esos servicios y derechos humanos ayudan al desarrollo de la población, pero las personas en condición de pobreza los tienen garantizados y eso permea en su movilidad social, es decir, en su capacidad de llegar a otros niveles socioeconómicos más altos.
¿Cómo combatir la desigualdad?
Al tratarse de un problema sistémico, su solución no es tan simple, no obstante, sí hay cosas que se pueden hacer.
El CEEY propone, por ejemplo, las siguientes consideraciones en política públicas:
- Garantizar los derechos más elementales: alimentación, salud y vivienda
- Mejorar infraestructura de escuelas, hospitales, electricidad, agua potable, carreteras y transporte público.