Noviembre | 2020
Por Joaquín Cruz Lamas
Decía el filósofo San Agustín que el ser humano es una criatura imperfecta con una naturaleza caída. Buscamos hacer el bien y conocer la verdad, pero ello no siempre es posible, a veces hacemos el mal o nos creemos la mentira. Casi todos los grandes filósofos han estado conscientes de la imperfección del ser humano. Sócrates, considerado por muchos como el padre de la filosofía occidental, también lo sabía. Es por esa misma razón que acuñó su famosa frase “Yo solo sé que no sé nada.”
Muchas veces mis alumnos me preguntan cómo es posible que uno de los más grandes pensadores de la humanidad sea recordado por tal declaración. Uno esperaría más bien un desplante apabullante de sabiduría, alguna intuición profunda o una verdad universal, expresada con elocuencia en una frase que pueda grabarse para la posteridad en todas partes, desde dinteles de grandes universidades hasta llaveros y termos. Pero no. Sócrates se limita a decir “Yo solo sé que no sé nada”, ¿por qué? Porque ese es el truco de la sabiduría de Sócrates: saberse imperfecto e ignorante. Eso es lo que lo distinguía de los sofistas y lo que lo sigue haciendo tan atractivo y relevante hasta nuestros días.
¿Qué tiene de bueno ser un ignorante? No mucho ¿Qué tiene de bueno, en cambio, saberse un ignorante? Mucho, si no es que todo. De entrada, es verdad: todos somos ignorantes. Como bien dice el dicho atribuido a Einstein, la cosa es que no todos ignoramos las mismas cosas. En segundo lugar, saberse imperfecto, inacabado, incompleto e ignorante es el primer y más importante paso para crecer. Pocas personas hay más ignorantes que aquellas que creen que lo saben todo. Incluso las que creen que saben mucho ignoran su enorme ignorancia. Casi me atrevería a decir que la persona sencilla sin estudios que se sabe ignorante ya es más sabia que el académico especialista que cree que es sabio. Una cosa es conocimiento y otra, sabiduría. La primera se consigue con información; la segunda, con visión y profundidad. Ser sabio solo es posible si uno reconoce que no sabe. Llegar a la verdad requiere que seamos conscientes de que podemos errar. Si no aceptamos nuestros errores no podremos corregirlos. Esta es la única forma de crecer.