Por Joaquín Cruz Lamas
Los griegos distinguían varios tipos de amores, entre los más importantes se encontraban: eros, philia y agapé. El primero se refiere al amor pasional e intenso que surge de la atracción física, es decir, a lo que hoy en día llamamos enamoramiento o crush. El segundo, la philia, se refiere al cariño que hay en la amistad; está muy relacionado con la benevolencia, la camaradería y la simpatía. El tercero, el agapé, es un tipo de amor peculiar. Los primeros dos surgen casi siempre de forma espontánea: casi sin querer, sentimos atracción por una persona; nos hacemos amigos de otras personas, porque nos nace. El agapé en cambio depende de una decisión. Es un amor que es reflexivo y concienzudo. Se dice incluso que es más profundo en virtud de su preocupación y compromiso por el bien de la persona a la que se ama.
A lo largo de la historia se ha malentendido que hay una especie de oposición entre el eros y el agapé. El primero ha sido visto desde la antigua Grecia como una fuerza que nos atrapa y nos lleva fuera de nosotros mismos. Algunas religiones antiguas incluso lo consideraban como un soplo divino, como un impulso de los dioses inflamado en la humanidad para llevarla a un estado de éxtasis que la acerca a la divinidad. Relacionada a esta fuerza estaba también la fertilidad. Se entendía que gracias a esos impulsos se perpetuaba la especie.
El agapé, en cambio, era entendido más bien como un tipo de amor que, en aras del compromiso, se sujetaba a una serie de reglas y preceptos. Se veía como el amor que podía sostener las relaciones humanas a lo largo del tiempo. Es el amor anclado a la tierra, con los pies plantados en la realidad de la imperfección humana y dispuesto a trabajar con ella. El eros, en su aspiración al éxtasis, ignora las limitaciones humanas y aspira a lo eterno. El agapé, en cambio, se centra en el aquí y el ahora, aunque con vistas al futuro.
No se trata de tener que elegir entre uno y otro. Una relación de pareja exitosa tendrá presentes los dos tipos de amores. Habrá atracción física, sin lugar a duda, pero el estado de enamoramiento perdido se trasciende gracias al compromiso que ofrece el agapé. La razón de ello es que este último es el amor que lleva a conocer verdaderamente a la otra persona y a quererla tal y como es. Sin ese ingrediente las relaciones amorosas son sumamente frágiles.