Por Joaquín Cruz Lamas
Dice Santo Tomás de Aquino que las funciones naturales del hombre conllevan un placer o deleite. Tiene razón: comer, beber, dormir y respirar son, por lo general, actividades que dan gusto y reportan placer. Son funciones que realizamos según las necesidades de nuestra naturaleza. En otras palabras, la forma en que estamos hechos nos lleva a realizar tales acciones. Nuestros cuerpos funcionan así y por lo tanto su recto funcionamiento nos hace sentir bien. Aquello que llamamos salud se siente bien por la misma razón, la salud es el recto funcionamiento de nuestros cuerpos de acuerdo con nuestra naturaleza.
Todas estas cosas se dicen de manera muy sencilla respecto a las funciones corporales, es decir la realidad material, pero ¿qué hay de las realidades espirituales?, ¿se puede decir que hay necesidades espirituales? Yo creo que sí. Hablar de necesidades espirituales no es hablar de espiritismo ni de misticismo. Me refiero al espíritu como lo entendían los griegos al hablar de pneuma, o como lo entendían los latinos al hablar del ánima, es decir, aquello que, siendo intangible, nos anima.
Por supuesto que tenemos necesidades espirituales, muchas de las ellas se traducen en acciones concretas en la realidad material. Quizá la mayor de todas sea la necesidad de amor, pero también podemos mencionar otras como la necesidad de comprensión o de reconocimiento. Hay una, sin embargo, que nuestra época ha tendido a ignorar y pisotear de forma casi sacrílega. Y esa es la necesidad de belleza.
Los seres humanos necesitamos belleza. Son raros quienes se dan cuenta de ello y lo reconocen, pero nuestro espíritu lo reclama. Buscamos siempre instintivamente aquellas cosas que más nos atraen por su belleza. Sentimos que en ellas podemos encontrar una parte del mundo y de otros seres humanos que vale la pena preservar. Su esencia radica gran parte en ello: en que creemos que las cosas bellas valen la pena, las queremos por sí mismas. Es por ello que no podemos ignorar esta necesidad que está presente en casi todos los aspectos nuestra vida: en los espacios que habitamos, en nuestro vestir, en nuestro trabajo, en nuestro trato, en la manera en que actuamos etc. No es descabellado pensar que un mundo poblado de belleza es uno que instintivamente vamos a valorar más.