Por Joaquín Cruz Lamas
La pregunta por el sentido de la vida es demasiado profunda y compleja como para resolverla aquí y ahora. Pero si queremos indagar sobre la razón de la existencia del ser humano podemos echar mano de los filósofos del pasado para que nos ilustren al respecto. Por supuesto, ningún filósofo posee en su totalidad la verdad absoluta, pero alguna pista nos podrá dar.
Cuando hablamos de la razón de la existencia podemos hacerlo en dos sentidos: preguntarnos por el para qué, es decir, la finalidad, o bien, preguntarnos por el por qué, esto es, el origen. Por un lado, la pregunta es: ¿a dónde vamos? Por el otro, sería: ¿de dónde venimos? Aristóteles nos ayuda con dos nociones clave para buscarle una respuesta al gran crucigrama de la experiencia humana: la idea de un telos (una finalidad) y de un ergon (una función propia).
El ergon, o ‘función propia’, sería aquello que fuimos hechos para hacer. Por ejemplo, el ergon de un martillo sería martillar; el de una silla, que nos sentemos en ella; el de un automóvil, movernos, etc. La pregunta obligada es, entonces: ¿cuál es la función propia del ser humano? Aristóteles nos da dos respuestas, dice que nuestra función radica en vivir una vida activa y una vida intelectual. La primera se refiere a aquello que hacemos en el contexto de las sociedades humanas, es decir, nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestros proyectos y, por supuesto, nuestro desenvolvimiento político. La vida intelectual es un poco más compleja, no se trata solamente de ser lo que la cultura popular llama un sabihondo o nerd. Más bien se trata de implementar en nuestras vidas la contemplación.
Por supuesto, hablar de contemplación es muy ambiguo. ¿Qué es aquello que Aristóteles nos sugiere que contemplemos? Los filósofos de la edad media lo resumieron en tres palabras: verdad, belleza, bondad. Contemplar estas ideas quiere decir esforzarse por llegar a conocerlas con el fin de implementarlas en nuestras vidas. Ahora bien, el modo en que ello se lleva a cabo en la situación particular de cada individuo es todo un tema, puesto que no siempre se dará de la misma manera. El punto, por lo pronto, es que, según Aristóteles, contemplando y actuando es como ejercemos nuestra función propia, y ese mismo camino, pensaba el filósofo, nos llevará a alcanzar nuestros telos, es decir, nuestra finalidad.