Por Alfonso Díaz de la Cruz
He perdido el control de la televisión.
Inicialmente iba a decir que se había perdido, pero lo cierto es que lo he perdido yo. Últimamente he estado muy distraído y he estado perdiendo cosas como el dinero, las llaves, los estribos y la paciencia; sin embargo, por lo regular, todo lo que extravío lo encuentro a la brevedad.
No ha sucedido lo mismo con el control de la televisión, que tiene ya varias semanas desaparecido, y eso que ya he revisado por toda la casa: en los lugares comunes para perderlo y en los no tan comunes también. Revisé ya entre las sábanas, debajo de la cama, junto a la tele misma y nada que aparece. Busqué en la sala, en el baño, en el refrigerador incluso y no ha habido rastro de él.
Al principio no le di mucha importancia y pensé que eventualmente aparecería si dejaba de buscarlo. Quizás al momento de lavar la ropa lo encontraría en el cesto de ropa sucia o al acomodar los libros del librero, pero no ha sido así y de esto, como mencioné, ya van varias semanas. En todo este tiempo, he tenido que levantarme cada vez que quiero prender o apagar la tele, cambiar el canal o subir o bajar el volumen.
Aunque me estoy habituando poco a poco a esta nueva rutina, lo cierto es que no me resigno y sigo preguntándome dónde pudiera estar. Sé que en la casa no está, pero me inquieta un poco su paradero y su futuro. “¿Y si aparece algún día en la oficina oval?” he llegado a preguntarme.
Si tal fuera el caso, espero que lo utilicen única y exclusivamente para cambiar de canal. Sería muy duro que el control se utilizara para fines destructivos.