Por Joaquín Cruz Lamas
No sabría decir cuáles son las causas de este fenómeno, pero creo que sí puedo identificar sus consecuencias y los peligros que conlleva. En primer lugar, pienso que podríamos hablar de una desvirtuación de la idea del debate. Antiguamente el debate se consideraba como un evento en el cual ambas partes podrían, no sólo refutar los errores del contrincante, sino también llegar a aprender de la postura opuesta y contemplar de mejor manera su punto de vista. Entonces el fin del debate no era en estricto sentido declarar como ganador a quien lograra aplastar al contrincante, sino más bien llegar a una conclusión en la que se resolvieran los problemas planteados en la temática a tratar. Lo que se hacía era contrastar dos posturas diferentes respecto a una misma cuestión con el fin de ofrecer una solución.
Hoy en día, quizá de manera no completamente consciente, concebimos la figura del debate más bien como un evento en el que una de las partes al final logra imponer su postura sobre la otra. Vean las largas discusiones en redes sociales y se darán cuenta de la veracidad de lo que digo. Quienes se enfrascan en ellas están dispuestos a llegar a casi cualquier extremo con tal de demostrar que su postura es la correcta, obviamente sin poner en duda ni una sola coma de aquello que dicen. Es por eso que la gente termina escribiendo larguísimos tratados, usando “n” cantidad de fuentes bibliográficas y referencias, solo para no dejarse ganar por su contrincante.
Esta hiper-abundancia de certezas nos conduce fácilmente a la necedad, y el peligro que corremos entonces es el de cerrarnos por completo a la verdad. No está mal tener certezas en la vida; de hecho, son necesarias para sobrevivir y mantenerse cuerdo. Pero siempre he creído que las certezas han de ser poquitas, pero muy bien cimentadas. En cambio, lo que tenemos ahora son muchas certezas, pero con fundamentos muy endebles. Tan endebles que para defenderlas se requieren interminables discusiones bizantinas que muchas veces terminan siendo intragables. ¿Qué sugiero entonces? Sugiero que perdamos el miedo a equivocarnos, porque el día que dejemos de estar aterrados de darle la razón a alguien más, será el día en que podremos abrirnos a la verdad. Entonces verdaderamente buscaremos la verdad y no a nosotros mismos.
Cierro con dos frases de profundísima sabiduría que no hemos de olvidar, una de Santo Tomás de Aquino y otra de Ratatouille: “Guarda en la memoria todo aquello que de bueno oigas, venga de quien venga”; “Un gran artista puede venir de donde sea”.