Por Alfonso Díaz de la Cruz
En el nivel inferior de la fuente que tengo en la mesa de la sala de mi casa apareció un diminuto pescador.
Con su overol y su sombrero de paja se sentó tranquilamente en el borde y lanzó su anzuelo al agua.
Pescaba sueños y esperanzas. Y proyectos. Y diminutas carpas rojas para comer.
También las risas y lágrimas vertidas por los viajeros que alguna vez transitaron por estos parajes.
Como anzuelo usaba un poco de pan, con sabor a miel y jengibre.
Lo saludé con una inclinación de cabeza y seguí mi camino.
Puedo jurar que sonreía.
(Yo también).