Por Alfonso Díaz de la Cruz
No era cualquier partido, se trataba ni más ni menos que de la Serie Mundial. Por eso hubiese sido algo muy vergonzoso —por decir lo menos— para los equipos, patrocinadores y aficionados que el partido se definiera “por abandono” del jugador estrella, sobre todo si consideramos que para la parte baja de la novena entrada la diferencia era solo de una carrera.
Si bien finalizar el partido garantizaba que el equipo visitante obtuviera el triunfo, lo cierto es que resultaba muy poco honroso ir por la vida mostrando el anillo de campeonato diciendo que lo habían ganado porque el otro equipo fue descalificado justo antes de finalizar el partido. Ya jugadores y aficionados imaginaban los diálogos que anticiparían las miradas de reproche, los juicios, las críticas: “¿Ganaste la Serie Mundial?”, les preguntarían, “Claro, fue un hecho sin precedentes: ganamos por default, no por habilidades deportivas”, contestarían ellos.
No. Tanto para locales como para visitantes era inaceptable una conclusión así. Así, tuvo lugar una situación totalmente inédita: la policía y miembros del FBI irrumpieron al campo de juego para detener al lanzador de los locales Johansen “Jabalina” McBerry —léase Yojansen Macberri— por los delitos de evasión de impuestos y lavado de dinero; en seguida, los ampáyeres decidieron dar por suspendido el partido a falta de la posibilidad de realizar más cambios; en ese momento, los jugadores, entrenadores, aficionados y, más importante aún, los patrocinadores se negaron rotundamente a aceptar la decisión arbitral, arguyendo que, para que las cosas fueran legales, esperarían el tiempo necesario para que se resolviera la situación y pudieran jugar la última parte de la novena entrada, pues esa era la única vía para determinar deportivamente quién sería el equipo ganador de la Serie Mundial.
El proceso llevó poco más de 4 años, pero al cabo se demostró la inocencia de Jabalina McBerry quien pudo regresar al campo para finalizar el partido. A los aficionados se les respetó el boleto y el asiento que habían ocupado cuatro años antes y, al grito de “¡Plaaaaaayball!” por parte del ampáyer principal, el partido se reanudó.
Con un hombre en tercera y uno en primera base, una bola, dos outs y un par de strikes ante el último bateador, el partido se definió por un sorpresivo cuadrangular conectado por Stevenson Quiquirisquiaga —léase Stívenson—, donde entraron dos carreras, finalizando el partido con un marcador de 7-8 ante la mirada sorprendida de los aficionados, de los patrocinadores y del mismo “Jabalina” McBerry, quien terminó lamentando su suerte ante la algarabía del equipo visitante.
El resultado fue el mismo que propusieron los ampáyeres cuatro años antes: el triunfo de los visitantes; sin embargo, esta victoria era completamente diferente, porque el partido se había resuelto por la vía legal.
Y sabía a gloria.
McBerry y Quiquirisquiaga ingresaron ese mismo año al Salón de la Fama.