La hipertensión arterial sigue siendo una de las principales amenazas silenciosas para la salud global. Con más de 1.280 millones de adultos afectados en todo el mundo, esta condición aumenta significativamente el riesgo de infarto, accidente cerebrovascular (ACV), insuficiencia renal y daño progresivo en órganos vitales como el corazón, el cerebro y los riñones.
Si bien el valor diagnóstico para considerar hipertensión se mantiene en 140/90 mmHg, los últimos consensos médicos internacionales han actualizado el objetivo del tratamiento: El nuevo valor meta es 130/80 mmHg.
Este ajuste en los lineamientos responde a una amplia evidencia científica que muestra que reducir la presión por debajo de ese umbral disminuye de forma notable la aparición de eventos cardiovasculares graves. En particular, el riesgo de ACV puede reducirse hasta un 18 % y el de infarto en alrededor de un 15 %.
No se ha modificado el criterio diagnóstico —una persona es considerada hipertensa si su presión supera los 140/90 mmHg de forma sostenida—, pero sí el objetivo que debe alcanzarse una vez iniciado el tratamiento. Entre los valores de 130-139/80-89 mmHg se considera una zona «limítrofe», que exige monitoreo activo y, en muchos casos, intervenciones no farmacológicas como cambios en la dieta, ejercicio y control del estrés.
Los expertos también recomiendan medir la presión arterial en condiciones adecuadas: En reposo, sentado, sin haber fumado ni ingerido cafeína previamente, y tomando al menos tres mediciones para obtener un promedio fiable.
El tratamiento de la hipertensión no depende exclusivamente de la medicación. Para alcanzar el nuevo objetivo de 130/80 mmHg es fundamental mantener un estilo de vida saludable: reducir el consumo de sal (incluso la «escondida» en alimentos procesados), evitar el sedentarismo, dejar de fumar, controlar el peso y manejar el estrés.
Además, el seguimiento médico regular es clave para ajustar la terapia y asegurar una buena adherencia al tratamiento. Hoy, menos del 50 % de las personas con hipertensión logran mantener su presión controlada, lo que refleja un desafío aún pendiente en muchos sistemas de salud.
La hipertensión no duele, pero puede matar. Su carácter silencioso la hace especialmente peligrosa, ya que muchas personas solo descubren que la padecen cuando ya ha causado un daño significativo. Por eso, los nuevos lineamientos no solo son una meta clínica, sino también un llamado urgente a la concientización y la prevención.
Medirse con frecuencia, mantener hábitos saludables y alcanzar el objetivo de 130/80 mmHg puede marcar la diferencia entre una vida con calidad y la aparición de complicaciones graves.