Por Alfonso Díaz de la Cruz
Creo que es hora de recoger el Nacimiento. Sé que tuve que hacerlo desde hace meses, pero lo cierto es que no estorba, pues no ocupa mucho espacio y no me es para nada molesto tenerlo ahí, en la esquina del recibidor. No tendría ningún problema en dejarlo ahí hasta la Navidad entrante; sin embargo, siendo un poco más honestos, la verdad es que la principal razón por la que sigue ahí es la desidia. Suena un tanto absurdo, lo sé, pero si es pequeño, no genera tanto trabajo recogerlo ni es un estorbo real, ¿para qué tomarse la molestia? ¿No es mejor utilizar la energía para actividades realmente necesarias como lo son preparar la comida, bañarse, limpiar la casa, trabajar? Y una vez hecho esto, lo que uno quiere hacer es descansar. ¿El Nacimiento? El Nacimiento puede esperar. Si ya llegamos hasta finales de abril, ¿qué más da un día, una semana, un mes más? No le hace daño a nadie y lo cierto es que, con el paso de los días y el ajetreo cotidiano, se olvida. Siendo algo tan simple, se olvida. Como cuando se nos escapa felicitar a un ser querido por su cumpleaños y nos prometemos hacerlo al día siguiente, pero al día siguiente las actividades nos distraen de tal propósito y lo dejamos para el día posterior. Ya mañana, decimos, ya mañana lo haré. Y así, de mañana en mañana vamos postergando las cosas y al final no las hacemos. No hacemos la llamada, aunque lo tengamos presente. Lo mismo pasa con el Nacimiento, está ahí, lo sé, pero por una u otra razón, lo venía postergando.
Siempre postergo todo. Al menos eso decía mi esposa antes de que se fuera de casa y me dejara con las habitaciones vacías y un Nacimiento en la esquina del recibidor. Siempre postergo todo. Ese fue uno de los principales reclamos que tuvo hacia mí durante todos los años en que decidió vivir conmigo.
Decía que postergaba todo: la adopción de las mascotas, la solicitud del crédito para la casa, las visitas al pediatra cuando nuestro hijo se ponía mal, los pagos de agua y luz. He de confesar que en este punto tenía razón y no pocas veces nos quedamos sin luz en las calurosas tardes de verano, justo cuando la refrigeración de los alimentos y el uso de los ventiladores eran más necesarios. Todo, reclamaba todo, porque todo lo postergaba. Por eso decidió irse.
He de decir que fue paciente. Ella también postergó su partida, pero no es un reclamo que pueda hacerle. Sería muy infantil ese intento de tapar el sol con un dedo. Si lo postergó fue porque quería creer que un cambio en mí era posible, porque me amaba (y quizás aún lo hace) y quiso luchar por nuestra relación hasta el final, y estirarlo incluso más allá del más que evidente final.
¿O quizá no lo era tan evidente y por eso decidió esperar? ¿Quizá confiaba en que podría dejar de postergar las cosas y creía que el cambio era posible, aunque fuera desde las cosas pequeñas, como recoger el Nacimiento, tal y como estoy haciendo ahora?
Quizá si no postergara tanto las cosas, me evitaría tantos problemas. Quizá mi esposa todavía estaría conmigo, el Nacimiento estaría guardado desde mediados de enero y todo sería diferente. Quizá, quizá este ejercicio sea un buen punto de partida. Al final, ni me tomó tanto tiempo y ya quedó la última pieza empacada lista para salir de la caja al siguiente año. Si no eran mentiras de que era muy pequeño y no estorbaba, y no me tomó demasiado tiempo guardarlo. Tal vez, después de todo, sí que puedo dejar de postergar las cosas. Si mi esposa pudiera ver esto, seguro que se asombraría. Ya solo me falta subir la caja al desván; sin embargo, ya es muy noche para andar subiendo cajas; el ruido podría despertar a los vecinos. Ya mañana lo haré; con más luz y más tiempo. Ya mañana que haya descansado me encargaré de ello. Tal vez hasta le marque a mi esposa para darle la noticia y, ¿quién sabe?, quizás hasta podamos vernos, arreglar las cosas, pero ya mañana, que no son horas. Mañana será otro día, ya mañana Dios dirá…