Por Katya J. Orozco Barba
A Erich Fromm se le atribuye un escrito: “si no eres feliz con lo que tienes, tampoco lo serás con lo que te falta.” Llaman mi atención la frase, la relación que guarda con el dinamismo del día a día en contextos laborales y la importancia del tener y del hacer con relación al ser que proponen algunos grupos sociales.
Particularmente, hago una pausa y, por ahora, hago aun lado la palabra “feliz” para reflexionar puramente en el “ser.”
Si alguien preguntara: “¿quién soy?,” para dar datos, se tendría que hacer referencia a cosas registradas en la memoria y la cultura familiar. La mayoría de las personas recurre a su imagen para contestar esta pregunta; se lleva una imagen propia, un yo ideal que se ha ido fabricando con recuerdos y otras identidades soñadas por el idealismo o por el decir del otro, pero, entonces, ¿qué es el ser?
Quizá el lector se pregunte: ¿no sería más importante analizar cuestiones políticas, económicas, religiosas o sanitarias que acontecen en el día a día, en vez de proponer cuestiones filosóficas existencialistas? En efecto, tal vez lo sea, pero también lo es redireccionar la mirada de vez en cuando hacia quien hace esas cuestiones. El hombre se afana en descubrir nuevos horizontes, nuevas teorías, dilucidar cuestiones geográficas e incluso teológicas con preguntas como: ¿quién es Dios?, pero no se afana en descubrirse a sí mismo. ¿Cómo es ese hombre que busca descubrir a Dios, al mundo? Quizá, y sólo quizá, si no se conoce uno mismo, no se podrá reconocer a nadie.
En una ocasión le preguntaron a Beethoven lo que quería expresar con la Tercera Sinfonía, y el gran músico contestó: “Si yo pudiera expresar lo que significa con palabras, no necesitaría expresarlo con música.” Si no se es capaz de expresar la esencia del árbol con el nombre árbol, cuán difícil también será redescubrir el ser a través del nombre o significante.
Una de las obras más importantes de Claude Monet son los nenúfares; el pintor mencionó que el protagonista de su obra no era los nenúfares, sino que éstos eran los meros acompañantes de las olas en el agua. El agua en movimiento fue lo que cautivó a Claude Monet y lo inspiró a retratar el jardín. Al inicio de su pintura, expresó la dificultad que encontraba en pintar el movimiento del líquido, pues cada una de las olas que causaba el viento era única y diferente. Así, Monet pasaba mucho tiempo intentando captar aquel fenómeno entre la luz, el agua y el movimiento. Así como los intentos de Monet de inmovilizar las formas del agua, hay también ocasiones en las que el hombre intenta inmovilizar al ser en una forma, imagen o palabra, limitando lo intangible y midiendo lo incuantificable.
Es aquí donde yace la invitación al lector a percibirse en movimiento, como escribe Erich Fromm. Más que “ser-feliz,” le invito a experimentar el ser – ser el que es. Sensibilizarse con los movimientos que pasan dentro de sí; un profesional de la salud, maestro, amigo o familiar que reconoce que ese constante movimiento contribuirá a que se descubra a sí mismo y descubra, desde sí, su ser-en-movimiento. Esa persona no podrá definirla ni explicarla, pero sí ayudarla a sensibilizarse para que pueda percibirse a sí misma.
“Más que ‘ser-feliz,’ le invito a experimentar el ser – ser el que es.”
Katya J. Orozco Barba