Octubre | 2021
Por Alfonso Díaz de la Cruz
Solovino Patasnegras era un perrito callejero que soñaba con ser dragón.
Como es de esperarse, todos los demás perros —y, no está de más decirlo, algunos gatos también— se burlaban de él por sus ideas tan absurdas. Y era esa la razón por la que Solovino Patasnegras vivía alejado de los otros perros y siempre estaba solo.
Y es que con los humanos tampoco le iba mucho mejor. Cuando veía que se acercaban a él se esforzaba por ser el más temible de los dragones y se abalanzaba furioso sobre ellos gruñendo y aventando fuego para asustarlos. O, al menos, eso intentaba. No era su culpa que los tontos humanos confundieran sus gruñidos con agudos ladridos.
En cierta ocasión, un humano incluso le arrojó piedras y Solovino Patasnegras tuvo que huir despavorido.
Huyó y huyó hasta que llegó a las puertas de una gran carpa de colores azul y blanco que nunca había visto. Y es que el circo había llegado a la ciudad.
Al entrar a la carpa se encontró con un grupo de humanos de nariz roja y cara blanca que sonreían y sonreían y lograban que los otros humanos rieran a carcajadas.
Uno de estos humanos de cara blanca, que más tarde supo que se llamaban payasos, reparó en él y al momento se acercó a acariciarlo. Asustado, Solovino no gruñó, sino que cerró sus ojos de perro dragón y esperó. Entonces sintió algo que nunca había sentido. Ante la caricia de aquel extraño payaso, Solovino se sintió amado.
El payaso Pompasmojadas, que así se llamaba, cuidó de él, lo alimentó y lo bañó y, desde ese momento, jugaba con él todos los días. Fue en uno de esos días en que Solovino lo vio desmaquillándose frente al espejo y comprendió que se podía ser dos cosas a la vez. Pompasmojadas podía ser payaso y humano. Quizás entonces podía Solovino cumplir su sueño.
Gruñendo y jugando con él, Solovino consiguió que Pompasmojadas jugara a ser un caballero que enfrentaba a “Solovino, el fiero dragón” en singular combate.
A partir de ese momento, cada noche, en la función de las siete, Solovino se disfrazaba de dragón y salía a la pista del circo a enfrentarse a los caballeros payasos, mientras los humanos del público reían y aplaudían su gran actuación.
Solovino Patasnegras también sonreía mucho. Había cumplido su sueño de ser dragón. Y eso lo hacía un perro feliz.