Por Joaquín Cruz Lamas
Me parece que podemos usar muchos sinónimos y eufemismos para la palabra que tengo en mente: mentecato, torpe, zopenco, majadero, lerdo, papanatas o engreído (y sus respectivas versiones femeninas). También está mi favorito: gilipuertas. Creo, sin embargo, que la mejor manera en que podremos expresarnos sin ofender a nadie será con las palabras “necio” o “necia”, las cuales se adaptan muy bien a lo que quiero decir, ya que la necedad se entiende como esa actitud testaruda y contraria a la razón.
Hagamos un experimento mental; reescribamos la pregunta y tratemos de contestarla cada cual para sus adentros: ¿soy una persona necia?
Si contestó usted que sí, o que quizá lo es, o incluso que se esfuerza por no serlo, entonces probablemente no lo sea. Si contestó en cambio que no lo es, entonces, lamento decírselo, está en grave riesgo de serlo. Si le suena familiar la dinámica es porque quizá ya habría hecho antes un ejercicio similar, aquel que plantea Alain de Botton para saber si uno es una buena persona o no. El mecanismo es el mismo: si creo que soy bueno, ya no me esfuerzo por serlo y, por lo tanto, estoy en riesgo de ser malo, porque voy a justificar todas mis acciones. Si creo que soy malo o que puedo ser malo, entonces trataré ser bueno y probablemente muchas veces lo consiga.
De igual forma, si creo que soy prudente (lo opuesto a la necedad), entonces voy a pensar que todas mis acciones son las de una persona no necia, y por lo tanto no me esforzaré por alcanzar la prudencia, ya que me creeré poseedor de ella. En cambio, si soy consciente de que soy un necio, o de que puedo llegar a serlo, entonces me voy a esforzar más por evitar la necedad y trataré de ser prudente.
¿Por qué es esto así? Ofrezco dos razones: la de Sócrates y la del sabio filósofo mexicano de lo cotidiano, el señor Franco Escamilla. Dice Sócrates que la mayor sabiduría consiste en, primero que nada, saber reconocer la propia ignorancia y los propios errores. De ahí su frase “yo solo sé que no sé nada”. Solo así podremos aprender más y amar la sabiduría. Por otro lado, dice el señor Escamilla: hoy en día todo el mundo cree estar del lado de los inteligentes. Todo el mundo está demasiado seguro de tener la razón, siempre. Ello nos lleva a no poder darnos cuenta cuando, dicho en lenguaje coloquial, la estamos regando. Si no reconocemos que todos tenemos nuestros momentos de necedad —todos somos al menos una vez al día panes de ajo, según Don Escamilla— entonces no podremos llegar a la verdad.