Por Joaquín Cruz Lamas
De acuerdo con el filósofo anglo-suizo Alain de Botton, la mejor forma de saber si una persona es buena o no, sería haciéndole directamente la pregunta “¿Es usted buena persona?” La respuesta que nos dé lo dirá todo. Una persona que conteste que sí tendrá mayor probabilidad de ser mala, mientras que una persona que conteste que no, o que no lo sabe, tiene mayor probabilidad de ser buena, ¿por qué?
La razón detrás de este juego de contrarios es muy sencilla. No se trata de asumir que todos los seres humanos mienten, puesto que no es el caso. Probablemente la respuesta de aquel que es una buena persona no esté apegada la realidad, como tampoco lo estará la de aquella que conteste que sí. El punto es que ambos creen que están diciendo la verdad, por lo tanto, ninguno de los dos está intentando engañar a su interlocutor. Lo que debemos tomar en cuenta en este experimento mental son las razones detrás de cada una de las preguntas.
Para Alain de Botton, aquel que conteste que no, será una persona que, al no considerarse a sí misma como buena, probablemente esté esforzándose constantemente por serlo. La conciencia de sus errores y de sus limitaciones la lleva a no dejar de buscar modos en que puede perfeccionar su conducta. Por otro lado, aquel que conteste que sí, será probablemente alguien que, al creer que ya es bueno, no haga nada más por tratar de serlo, ¿qué más tendría que hacer si piensa que ya es una buena persona?
Este segundo tipo —aquel que contesta que sí— es de hecho peligroso hasta cierto punto. Muchos de los peores crímenes de la humanidad fueron cometidos por gente que creía hacer el bien. Precisamente el creer que somos buenas personas nos puede dejar completamente cegados ante la realidad. Se corre entonces el riesgo de que justifiquemos cualquiera de nuestras acciones, por muy ruines que sean, bajo la falsa ilusión de que, como somos buenos, estamos haciendo el bien.
Lo ideal, al parecer, es considerarse a uno mismo como mala persona. No en el sentido determinista que considera que los malos siempre van a hacer el mal, sino en el sentido en que somos conscientes de que no somos perfectos. De esta forma, al momento de tomar una decisión reflexionaremos para asegurarnos de que verdaderamente estamos haciendo el bien, porque, honestamente, finalmente somos solo humanos y errar es muy humano.