Por Joaquín Cruz Lamas
Para describir las realidades que llevamos dentro, muchas veces utilizamos metáforas o analogías que hacen referencia a procesos físicos sensibles. Por ejemplo, cuando nos enojamos decimos que estamos irritados, haciendo referencia a la irritación que puede sufrir una parte del cuerpo ante la presencia de un elemento que provoca daño. Decimos también que estamos sentidos cuando guardamos un rencor. En general hablamos de una sensibilidad emocional cuando nos referimos a nuestra salud mental, haciendo referencia a la sensibilidad que tenemos gracias a los sentidos.
Hay, sin embargo, una expresión que no es metáfora: la del dolor. Cuando hablamos de dolor emocional, no estamos utilizando ninguna analogía. Cuando hablamos de dolor emocional, también hablamos de dolor físico; se experimenta una sensación de pesadumbre y de genuino sufrimiento corporal que acompaña al dolor emocional. Es más, diríamos que es la misma cosa, que el dolor que nos provoca una pérdida es un dolor que se siente con el cuerpo, no sólo con el alma.
No es de sorprenderse; está en nuestra naturaleza misma. Aquello que llamamos ‘alma’ no es una entidad que está separada de la materia o que vive en una carcasa llamada cuerpo. No, el alma está unida al cuerpo. Esto ya lo habían dicho los antiguos filósofos griegos, especialmente Aristóteles. Dicho filósofo también nos reveló una verdad muy profunda del ser humano: somos seres sociales. Está en nuestra naturaleza misma vivir en sociedad, nuestra existencia no es posible sin la presencia de otros individuos de nuestra misma especie. Para Aristóteles, solamente los dioses y los monstruos pueden vivir sin sociedad. Los primeros por estar encima de ella y, los segundos, por debajo. También muchas especies animales necesitan de la presencia de otros individuos de su especie, los humanos no estamos solo en ello.
Me parece lógico, por lo tanto, que las pérdidas de seres queridos produzcan un dolor que se siente de manera física. Se trata de una herida que cala en nuestra naturaleza misma. No nos debería preocupar si llegamos a experimentar ese dolor, puesto que es parte del modo en estamos configurados y consecuencia de la forma en que nuestra naturaleza nos lleva a amar.
“Para Aristóteles, solamente los dioses y los monstruos pueden vivir sin sociedad. Los primeros por estar encima de ella y, los segundos, por debajo.”
Joaquín Cruz Lamas