Por Andrea Monserrath Ramos de la Torre
En la actualidad, la participación de las mujeres en el mundo de los negocios ha conducido a cuestionar la equidad en el sector empresarial. Uno de los fenómenos que llama la atención en este sentido es el que se conoce como techo de cristal. El término hace referencia a una especie de barrera invisible que impide que las mujeres calificadas tengan acceso a ciertos cargos y puestos clave dentro de las organizaciones para las que trabajan. Esta dinámica deriva de un rechazo hacia las propias mujeres, precisamente por el hecho de ser mujeres o por suponer, tácita o explícitamente, que estas posiciones laborales serán mejor desempeñadas por un hombre.
Indudablemente, hay avances en materia de equidad en el sector empresarial, pues no son pocas las organizaciones que han asumido el compromiso de garantizar igualdad de condiciones. Este escenario no puede nacer de la noche a la mañana y tampoco se ha logrado en todos los espacios de la vida, pues supone dedicar grandes esfuerzos en distintos ámbitos, uno de ellos tiene que ver con la deconstrucción, es decir, identificar aquellos comportamientos, actitudes y dinámicas sociales que atentan contra la equidad: primeramente, para erradicarlas y, en un segundo momento, para situarlas en su justa dimensión, como actividades nocivas que ponen en riesgo la armonía de las relaciones interpersonales en cualquier espacio social. En este sentido, como sociedad, aún nos queda mucho por aprender, desaprender y desarrollar.
A lo largo de la historia, la mujer ha sido apartada de la esfera pública y de la toma de decisiones. En consecuencia, el acceso a los puestos directivos se vuelve más complejo y, si acaso alguna llega, son comunes los comentarios que sugieren que la obtención del cargo fue gracias a un favor de carácter erótico o sexual y no a los méritos profesionales de la mujer. No afirmo que se trate de una norma general, solo señalo que es una acusación que se encuentra latente en gran parte del personal, tanto masculino como femenino, de una empresa. Lo anterior se debe a la prevalencia de estereotipos tradicionales de género, que provocan que se juzgue a partir de atributos que precisamente remiten al género y no con base en el talento y la preparación de las personas.
En ningún sentido pretendo señalar que la mujer es un ser débil o una víctima. Nada de eso. Lo que busco remarcar es que aún no existen las condiciones de equidad y libertad que merecen las mujeres, en especial en los diferentes sectores laborales. Si negamos esta realidad, entonces no podremos buscar herramientas que nos lleven a superar las brechas a las que nos enfrentamos y que, además, nos vuelven parte del problema, pues —como dicen los sabios— al no conocerlo, no podemos identificarlo. Es, entonces, cuando el techo de cristal se convierte en un techo de hierro, cuyas consecuencias se traducen en esos escenarios en que una notable cantidad de mujeres se ve en la necesidad de desgastarse, de dedicar esfuerzos excesivos para demostrar sus capacidades y su valía en un entorno laboral; un panorama que revela una discriminación latente.
La economista Heather Boushey, directora ejecutiva del Washington Center of Equitable Growth, en más de una ocasión ha enfatizado su postura como mujer dentro del sistema y recalca con firmeza: “las mujeres no son solo la mitad de la población mundial. Son la mitad de la economía”. El entorno mundial sugiere que el techo de cristal está condenado a caer. La pregunta es: ¿cuándo tendrá lugar este evento?
Ya no es una opción, es una necesidad contar con las condiciones necesarias para crear ambientes inclusivos, que lleven a mejores resultados. Romper el techo de cristal significa romper paradigmas, darnos la oportunidad de acceder a una visión más amplia y, con ello, a nuevas y mejores oportunidades, que además de fomentar el crecimiento, desarrollo y realización personal, promuevan la consolidación de las empresas en turno.