Por Joaquín Cruz Lamas
Esta pregunta la hemos escuchado seguramente en muchos y muy diversos aspectos de nuestras vidas. Se puede preguntar respecto a casi todo. La belleza, por ejemplo, muchas veces se acepta como subjetiva. Quizá el ámbito en que más ruido nos causa es el de la ética. ¿Podríamos decir que el bien y el mal dependen de factores como las circunstancias, la conveniencia, la utilidad o la comodidad? Muchos estaríamos inclinados a decir que no, que el bien es objetivo, y que una acción, si es buena, siempre será buena, o bien, si es mala, siempre será mala. Pero no faltan los escépticos, a quienes honestamente respeto, que dicen que en el mundo real eso no sucede. ¿Por qué no?
¿Por qué hay cosas que para unas personas son buenas y para otras son malas? ¿Por qué no estamos de acuerdo en temas polémicos y controvertidos? En suma: ¿por qué parece que distintas personas tienen distintas ideas de lo que es bueno o malo? Más aún: ¿podemos hablar de que haya algo objetivamente bueno? El gran Santo Tomás de Aquino tiene una respuesta a estas interrogantes.
Según Tomás de Aquino, todos los seres humanos nos guiamos por una ley moral natural que traemos, por así decirlo, grabada en la conciencia. Esa ley es universal, lo cual significa que le da objetividad a lo que es bueno y malo. ¿Por qué no estamos todos de acuerdo entonces? Muy sencillo, dice Tomás, los preceptos éticos se dividen en dos: los preceptos generales y los preceptos específicos. Los generales son los que propiamente pertenecen a esa ley universal y los específicos son la manera en la que nosotros, los individuos, tratamos de alcanzar el bien. Los principios generales son reconocidos por todos los seres humanos, y entre más general el precepto, más consenso habrá. El más general de los principios es también el más obvio: Haz el bien y evita el mal. Como se pueden dar cuenta, todos estamos de acuerdo con dicha ley.
En pocas palabras, todos estamos de acuerdo en hacer el bien y evitar el mal, pero no todos estamos de acuerdo en cómo se logra eso. La idea parece obvia, pero es brillante, significa que sí hay por lo menos una cosa que es objetiva: el deseo de hacer el bien. La meta es la misma para todos, si bien los caminos no son siempre ni necesariamente iguales. ¿Cuál es la forma de encontrar el mejor camino? Siguiendo al buen Tomás, yo daría 5 consejos: usar la razón, seguir la conciencia, pedir consejo, dialogar con otras personas y, especialmente, estar abierto a la verdad, venga de quien venga.