Nota Web | Octubre | 2021
Por Alfonso Díaz de la Cruz
En casa de mis padres hay un reloj digital de escritorio que todos los días, desde hace once años, suena su alarma a la una de la tarde. O al menos esa es la hora que se lee en la pequeña pantallita del reloj, que tiene un retraso de cuarenta y un minutos, así que en realidad suena la una con cuarenta y un minutos de la tarde.
Nadie sabe de dónde salió el reloj. Y de su retraso o de la utilidad de su alarma nadie puede dar una respuesta.
Si alguien preguntara a mis padres o a alguno de los que alguna vez vivimos ahí acerca de los motivos de la alarma, obtendría siempre alguna de estas tres respuestas: “No sé…”, “Siempre ha sido así” o “Seguramente (aunque no se acuerda) fue tal o cual…” y en seguida hacer referencia a algún miembro de la familia no presente.
Como sea, lo cierto es que todos los días, sin excepción, la alarma del reloj cumple cabalmente la función que le fue programada.
Podría uno preguntarse, muy razonablemente, el por qué no ha decidido alguien en todo este tiempo desactivar la alarma, y la respuesta es sumamente sencilla: El botón de apagado no funciona. De manera que, aunque claramente este se encuentre en la posición de “Off”, la alarma sigue funcionando, y quitarle la pila al reloj tampoco es una opción viable puesto que el tornillo que la resguarda está apretado y barrido, de manera que no puede quitarse.
Por tanto, aunque puede ser incómodo cuando alguien por equivocación u olvido duerme la siesta a esas horas en la habitación donde se encuentra el reloj, con el paso del tiempo este se ha vuelto un elemento más de la cotidianeidad de la casa de mis padres como lo son el café de media mañana o el cuadro chueco del descanso de las escaleras, y todo el mundo se ha habituado a él.
A lo largo de los años, tras dicha familiarización, propios y extraños han elaborado teorías acerca del funcionamiento del reloj, que van desde las más razonables —como que es un defecto de fábrica y que la pila (muy buena, por cierto), eventualmente se va a terminar— hasta las más mágicas —como la que afirma que el reloj en realidad no tiene batería alguna y que, por tanto, jamás podrá apagarse.
Hay una teoría en particular que me llama mucho la atención, debido a su alto grado de complejidad y elaboración. No recuerdo exactamente a qué familiar o visitante se le ocurrió, pero es una de las más conocidas por todos. Básicamente plantea que el reloj es la pieza clave para mantener todo el sistema gravitatorio universal en funcionamiento y que apagarlo supondría el colapso de la gravedad y, por supuesto, del universo mismo.
Naturalmente esta es una idea absurda que carece de todo fundamento lógico y científico y solo es una más de las muchas teorías que se han ido creando a lo largo de los años para dar cuenta de algo que perfectamente podría explicarse desde la desidia u olvido de mis padres. O de mí, que ocasionalmente los visito.
He de confesar que varias veces, cuando la alarma ha interrumpido mis siestas, he estado a punto de abrir a como dé lugar el compartimento de la pila para sacarla y terminar con esa alarma de una vez por todas, pero luego recuerdo la Teoría de la Gravedad y me detengo. Digo, no es que uno crea en cosas tan absurdas como esa pero vale más ser precavido. No vaya a ser.
Uno nunca sabe.