Por Alborada Olivares
¿Por qué amamos tanto viajar? Es inigualable esa sensación desde el momento en que tomas tu maleta, subes al Uber, listo para una nueva aventura. El movimiento del aeropuerto, las conversaciones cruzadas, la vida rápida y ajetreada. Es documentar, despedirte de tu vida –de tu vida entera– por un par de días por negocios, por una semana de vacaciones, por un sueño pendiente, por una meta por cumplir, por 3 meses programados, por 6 meses de intercambio, por 1 año de trabajo, por un cambio de vida.
No existe viaje sin sentido, todos definitivamente nos cambian, nos enfrentan con nosotros mismos, para descubrir quiénes somos realmente.
Ningún viaje es igual a otro. Siempre habrá diferentes factores. A veces medio rotos, a veces sin ganas, a veces llenos de gratitud y alegría, a veces con preocupaciones, a veces plenos, a veces acompañados, a veces solos, a veces sabiendo que alguien nos espera, a veces sabiendo que será un reto que tendremos que enfrentar solos. No importa la historia, no importan las condiciones, al final el resultado es el mismo: nunca volvemos igual que como nos fuimos.
Con cuánta ropa nos vamos y con cuántos recuerdos volvemos. Fotos, vivencias, experiencias; nuevos lugares, nuevos amigos verdaderos, nuevos amores; canciones, atardeceres, pláticas con vino tinto o una buena cerveza; kilómetros, caminatas sin sentido en un lugar que no habíamos pisado jamás; diferentes culturas, risas hasta el amanecer; museos, monumentos, abrazos infinitos, espacios y rincones que se quedan en la memoria; a cuántos nuevos lugares pertenecemos y cuántos ojos, manos, labios, sonidos, olores y sabores nos pertenecen a partir de ahora. Nos convertimos en ciudadanos del mundo, en habitantes de todos los lugares a los que terminamos llamando hogar. Todo, al final, revuelto en esa misma maleta.
Irónicamente, esa es la mejor parte: cuando se acaba el tiempo, cuando es hora de volver a nuestra vida, cuando es hora de despedirnos. Es, entonces, cuando mirar hacia atrás se vuelve una delicia. Volver a casa y encontrar una cara familiar entre la multitud del aeropuerto, esperando con ansias para volver a abrazarnos, ¿cuántas cosas habrán cambiado mientras estuvimos fuera?
Cuántas cosas traemos con nosotros para quedarse; cuánto cambio y crecimiento personal nos genera un viaje, que se convierte en nuestra mejor terapia de búsqueda cuando necesitamos conectarnos, de manera personal o con el mundo, igual de efectivo y satisfactorio. Es encontrar que las cosas no son como pensábamos o tal vez sí; que probablemente dejamos atrás a alguien que se volvió importante, que nos ha marcado y nos vemos obligados a decirle adiós. Encontramos el amor en ese nuevo lugar y lo encontramos también al volver a casa: nos damos cuenta de lo afortunados que somos. A veces un viaje nos cambia la vida por completo, a veces nos damos cuenta de que necesitamos un cambio urgente, a veces notamos nuestras prioridades laborales o sentimentales; se aclaran nuestras metas, renacen nuestros impulsos y recargamos energía para seguir. A veces cambiamos el mundo, aunque la mayoría de las veces es el mundo quien termina cambiándonos a nosotros. Volvemos más maduros, con ideales más marcados, con experiencias que se quedan para siempre, dejamos a quien podemos decirle “familia” aquí y allá, a donde sea que vayamos. Volvemos más conscientes, más fuertes, más sensibles, más verdaderos, más entregados, más humanos.
Y así, con la mente positiva, vamos viviendo, planeando el siguiente paso, el siguiente ascenso, la siguiente meta, el siguiente objetivo, el siguiente destino, el siguiente viaje.
Home is where the heart is.
Es inigualable esa sensación desde el momento en que tomas tu maleta, subes al Uber, listo para una nueva aventura.