Por Katya J. Orozco Barba
¿Qué pasaría si, al estar frente una flor cerrada, se manipularan los pétalos para abrirla, o quizá alumbrarla con luz artificial para sustituir los rayos de su sol?
A veces parece que el tiempo es una forma de organizar el día, los meses, los años. Se utiliza la edad como una forma de ordenar los acontecimientos; por ejemplo, el sistema educativo promedio divide en grados y conjunta a los niños similares en edad y desarrollo.
Pero, dentro y fuera de las aulas de clase, el ritmo de desarrollo de cada individuo es atemporal y singular.
Quizá pensar en el ritmo del florecimiento de una flor y en el tan diferente ritmo de desarrollo entre una y otra de la misma especie encaminará a la pregunta: ¿será que hay un propio ritmo existencial?, y, de ser así, ¿cómo será esto?
Hoy en día vivimos una nueva forma de contacto con los otros: a través de mensajes, llamadas, cartas, encuentros. A veces obtenemos las respuestas inmediatamente, pero otras tardan en llegar o quizá nunca llegan. En el constante encuentro con los otros, intercambiamos respuestas, preguntas, palabras, miradas, compañía… pero entonces llegan momentos en los que se está consigo mismo y, a veces, estos momentos pueden percibirse como soledad o la sensación de estar frente un vacío junto con lo que trae consigo: silencio.
Algunos, en un intento de huir de la angustia que genera la soledad o el silencio, adoptan el ritmo de la cotidianeidad “apretando la agenda.” Adoptar el ritmo que ofrecen los otros quizá llegue a distraer la mirada del ritmo propio.
Examinar lo que hay frente de sí, sin intentar acelerar, manipular, violentar el tiempo o situaciones. Observar la flor, descubrir su tiempo actual, sin forzar los pétalos hacia un abrir o sin evitar la caída de sus hojas permitirá observar dentro de sí el ritmo del ser en movimiento. Mirar y respetar el propio ritmo existencial quizá será una forma también de respetar el tiempo y ritmo del otro, su espacio, su ritmo de responder, de hablar, de compartir. Quizá al observar la flor se eleven sus aromas y, así, cerrada, cuente sobre la lluvia que la nutrió, del atardecer que la cobijó con el mimo amor del sol. En cada momento quizá hay algo que se recibe y algo que se puede dar.
Como en la flor y en cada especie, habrá tiempo de nacer y tiempo para morir, tiempo para destruir y para construir, tiempo para hacer duelo y tiempo de bailar. Habrá tiempo para abrazar y tiempo para desprenderse. A diferencia del tiempo, dar espacio al propio ritmo conducirá a una lectura individual y personal de la vida de aquél que camine sobre el sendero de la conciencia del sí mismo.
“Adoptar el ritmo que ofrecen los otros quizá llegue a distraer la mirada del ritmo propio.”
Katya J. Orozco Barba